Teoría impertinente de la tontería
Algunos fieras hemos leído por
casualidad un artículo de Luis García Montero titulado Teoría
impertinente de la lectura y aparecido en El País el domingo 16 de
agosto de 2009. El granadino dice ser impertinente con su teoría, pero
no hace otra cosa que ofrecernos una carga de sus acostumbrados lugares
comunes. Amaga y no da. De hecho, creemos que ningún escritor prisano
podrá jamás ser impertinente en materia política ni cultural porque,
como buenos animales domésticos, nunca morderán la mano que les da de
comer y les ofrece puñados de sal. Y, leído el tal artículo,
comprobamos que, como siempre, nuestro catedrático de todología nos
ofrece por el módico precio de poco más de un euro un texto en el que,
so capa de una reflexión sobre la lectura –trufada, como siempre, de
lugares comunes de la progresía española, con acordes del Mahler de
Alfonso Guerra--, bajo tal envoltorio hace su particular ajuste de
cuentas con unos supuestos y enconados enemigos a los que llama “los
dogmáticos, los cínicos y los puros”. De éstos últimos aclara que son
“los inquisidores actuales”, suponemos que la conocida tropa de
historiadores mao-nazi-peperos de Pedro Jota. Los que considera como
cínicos parecen ser los que invitan a “relativizarlo todo”, y suponemos
que los dogmáticos serán los que no piensan como él mismo.
En realidad, estas supuestas sutilezas no encierran apenas nada
sustancial más allá de la natural expresión de cariño hacia su hija,
que lee en la playa un libro que su padre le ha regalado. Menudean los
lugares comunes, entre los que hallamos la trivialidad de que la
lectura emancipa a los jóvenes o la idea (de pasillo de hospital) de
que “sólo descubrimos lo que hay en nosotros mismos cuando nos
desdoblamos para cuidar a otro”. Verdades de ascensor aparte, nuestro
hombre ataca tibiamente el economicismo actual y señala la pérdida de
prestigio de las humanidades y el sentimiento de culpa ante la sociedad
de los profesores que las imparten.
¡Para este viaje no necesitábamos alforjas, don Luis! ¿Es éste el
placebo del pensamiento español actual, que El País nos ofrece en
cómodas dosis? Nuestro poeta-profesor no sólo no ha descubierto la
pólvora, sino que además, bien podría firmar su gacetilla como una
declaración perversa de sus principios éticos: el dogmatismo no es sólo
el que él parece señalar (sin nombres ni datos), sino también el de la
misma progresía de la que LGM forma parte consustancial; el cinismo nos
parece que ha de atribuirse mejor a quienes ofician como poetas,
hablistas y jurados venales del régimen actual de presuntos
progresistas monárquicos, marxistas revenidos y exseminaristas
pseudosocialistas lectores de María Zambrano. Por lo demás, nuestro
amigo zambranea su poco, se columpia entre varios ilustres (cita a
Spitzer, Jakobson, Barthes, Dámaso Alonso y Lázaro Carreter, en orden
claramente descendente), anota cuatro ideas inconexas y nos alecciona
sobre los peligros del futuro, pero (Dios nos libre) sin ofender a
nadie, reivindicando los espacios públicos, la lectura privada y las
humanidades frente a un “economicismo desalmado” y a unos
“poderosísimos mecanismos tecnológicos de control de las conciencias”.
En este punto, lo ideal sería que su artículo hubiese aparecido, bajo
nombre supuesto y con algunos retoques, en La Fiera Literaria: entonces
leeríamos inequívocamente esas frases garcianas como elegantes
denuncias de PRISA, sus cuadras de escritores y su campaña de
deformación del lector español con sus premios amañados y su marketing
atroz. Y la tímida defensa de las humanidades que hace don Luis
cobraría sentido al volverse contra el pesebre socialista del que han
salido justamente las aberraciones pedagógicas de la LOGSE y de
Bolonia. Porque son los amiguitos sociatas de LGM quienes precisamente
están eliminando la literatura o la historia de los planes de estudio
de nuestros institutos, colegios y universidades. Y el mayor apóstol de
la nueva barbarie tecnológica es precisamente el conocido bellotari
socialista Rodríguez Ybarra, que un día sí y otro también nos ofrece,
en el mismo diario monárquico de la mañana, sus exabruptos a favor de
internet y la madre que lo parió.
De manera que invitamos a nuestro ilustre articulista a bajar al ruedo
y a señalar a los verdaderos enemigos de la cultura, que son sus
mejores amigos, quienes ponen textos de Eduardo Mendoza o Pérez Reverte
como lectura de educación secundaria o quienes destierran la literatura
o la lengua españolas del currículum de las facultades de magisterio; y
sospechamos que lo hacen precisamente para que las generaciones futuras
puedan leer acríticamente a Marías o a Espidito Freire sin percibir los
anacolutos, la falta de gusto o la ausencia de ideas. Pero es que
nuestro filósofo playero no desea molestar y no quiere que sus
compañeros de partido lo releguen al grupo mixto de los intelectuales
problemáticos. Tampoco tiene los arrestos suficientes para ser un nuevo
Millás y flotar entre dos aguas. Más bien aspira algún día a ser
nombrado politicastro del sedicente Ministerio de Cultura o, al menos,
a seguir dando conferencias puerta a puerta, como el viajante o el
comisionista de la poesía progre que es. Por eso no le conviene sacar
los pies del plato a este moderno. Finalmente, sorprende que don Luis,
que suele escribir corto (léase poesía prosaica, ensayitos, opúsculos,
recetillas, columnitas, gacetillas…) porque no tiene casi nada que
decir, haya juntado tantas palabras sobre asunto tan grave y difícil.
La respuesta salta enseguida a la vista. Su pieza maestra está escrita
y perpetrada según un sencillo patrón estilístico: casi todas las
palabras y sintagmas escritos en él se repiten por lo menos una vez. El
ejemplo más palmario de estas reiteraciones es la palabra
“adolescente”, referida a la hija del autor, que aparece unas
cuatrocientas ochenta veces, algo extraño en un poeta tan encumbrado,
al que se presume un gran dominio del vocabulario castellano y a quien
su señora esposa consulta, según ha confesado en entrevista a El País,
todas sus dudas léxicas, que, vive Dios, deben ser muchas.
Pedro Botero I el Cruel
¿Qué representa La Fiera Literaria?
Publicamos a continuación una
serie de opiniones sobre La Fiera. El orden en que se han colocado los
textos es aquél en que han ido saliendo de las carpetas.
“La Fiera Literaria” es el más
importante acontecimiento cultural que
se ha dado en España desde los tiempos de la Segunda República
Antonio García Trevijano
director de “República Constitucional”
en
“La Razón”
La Fiera Literaria es como un viento fresco para los jóvenes que
empiezan a escribir. (En una dedicatoria. Y en una carta:) Me ha
interesado mucho la Carta a los académicos del número 131, noviembre
2002 […] Son ustedes muy benévolos… Son ustedes duros ¿eh? ¡Cómo me
gustaría hablar con alguno de ustedes alguna vez! Sería ilustrador el
contraste de
generaciones…
Alonso Zamora Vicente
catedrático y miembro de la RAE.
Sabéis que admiro vuestra labor y
que os animo a continuarla,
pero no me puedo manifestar como pretendéis. Creo que lleváis razón en
lo que decís de ciertas personas, pero algunas de ellas son amigos
míos; otros, compañeros.
Fernando Lázaro Carreter
catedrático y director de la RAE
en carta a
la directora de La Fiera
La crítica imparcial, sólo
refugiada aquí en “La Fiera Literaria”, ha
desaparecido y la existente lanza al limbo de la nada cualquier
creación que se escape a su despotismo.
Carlos París
Catedrático de Filosofía
Presidente del Ateneo de
Madrid
en “Público”
el fenómeno literario más
importante de los últimos cincuenta años.
Felicísimo Valbuena
Profesor de Literatura
Si no existiera LA FIERA
LITERARIA, una versión de nuestro universo
cultural no sería más que ignorada “materia oscura” entre los infinitos
universos perdidos por no observados. Si no existiera, aquel espíritu
inspirador del mayo del 68 habría perdido parte de su ironía lúdica;
aquel grito tribal, decibelios de protesta; y la utopía, sus ganas de
seguir metiendo el dedo en el ojo del poder mediático.
Victoria Sendón
A diez años de nuestro Mayo
Me hace mucha gracia “La Fiera
Literaria” aunque no esté de acuerdo con
determinados pasotes. Está muy bien escrita y no se corta un pelo.
Carlos Boyero
Encuentros Digitales
El Mundo.es, 21 de marzo, 2002
La Fiera Literaria es la única
publicación libre que existe en estos
momentos.
Frank G. Rubio
Generación XXI, Revista Universitaria Interactiva
1-15
de marzo 2003
… En cuanto a “La Fiera
Literaria”, estoy suscrito y me divierto mucho
con sus parodias. Este tipo de revistas son necesarias por muy injustas
que sean, porque la vida literaria necesita de un contrapeso crítico.
Por muy ácido que resulte.
Juan Goytisolo
entrevista con Nuria Azancot
El Cultura/El Mundo
Tengo que leer todos los meses La
Fiera Literaria, o me volveré loco.
Juan Madrid, escritor
en carta a La Fiera
En este contexto, La Fiera
Literaria es una rara avis que destaca
fundamentalmente por su actitud mordaz, inmisericorde y malpensante. Es
un libelo, es decir, una publicación en que se denigra y se infama a la
mayor parte de los nombres importantes del mundo literario español: por
considerarlos indignos de tal posición, malos escritores y, con
frecuencia, pésimos hasta redactando. Es un pasquín, es decir, una
revista satírica y anónima (al menos en parte), sin piedad ni un ápice
de ternura. Es una publicación académica, pues maneja el lenguaje y los
métodos de la filología y la teoría literaria. Es un artefacto
humorístico y burlesco, y hay que decir que resulta muy divertido. Es
el “Boletín del Centro de Documentación de la Novela Española”, que
parte de que en este país “no existe la crítica literaria”, y por tanto
ejecuta una labor cuasi divina. Y en resumidas cuentas, es el único
lugar donde, invariablemente, se pueden leer pestes de un catálogo de
autores normalmente respetados, cuando no idolatrados (Javier Marías
—hoy en día se podría hablar de él como de su objetivo más claro—, Luis
García Montero, Andrés Trapiello, Almudena Grandes, Antonio Gala, Luis
Antonio de Villena, Juan Manuel de Prada, Antonio Muñoz Molina, Felipe
Benítez Reyes, Juan José Millás, Vicente Molina Foix, Rosa Montero,
Juan Luis Cebrián...). Todo esto en cuanto a su actitud.
Resulta difícil hablar de su aptitud sin caer en filias ni en
fobias, pues La Fiera no suele dejar frío al lector, que por otra parte
es algo así como un lector cautivo, restringido a las entrañas mismas
del sistema literario: escritores, críticos, profesores universitarios,
revistas literarias, lectores interesados. La Fiera es pues una revista
especializada, entre otras cosas en la destrucción, y es por eso que
resulta difícil desligar aquí la aptitud de la actitud.
Robert Juan Cantavella
El Malpensante.com
junio 25 al 29
Los editores son fabricantes, los
libreros son tenderos, y los
escritores, vedettes o putos. [La Fiera Literaria] no busca el justo
medio, la sentencia equitativa ni el veredicto adecuado. Afronta la
crítica como un acto higiénico, purgante, como un tratamiento de shock.
Es decir, parte de un prejuicio, a saber, que los grandes escritores
españoles de actualidad son malos escritores. Y, en este sentido, es
una publicación que nace con ánimo encendidamente crítico y voluntad
polémica
Robert Juan Cantavella., “Lateral”,
nº 132, diciembre 2005
La Biblioteca de Berengario
La fiera literaria¿Nunca os
habéis preguntado, por qué de pequeñitos en
el colegio estudiamos pocos pero geniales autores en literatura
española, y cuando pasamos las páginas del libro de texto hacia la
segunda mitad del siglo XX, el número se multiplica, y lo que es peor,
nos dicen que también son muy grandes? Luego llega el momento de la
verdad, en el que nos enfrentamos directamente con el reciente clásico
contemporáneo, del que nos han hablado tan bien, pero que a muchos nos
termina defraudando. Intentas imaginar: dentro de 200 años, ¿tendrán
los niños que aprenderse la recluida-exclusiva lista de autores que
triunfan hoy en editoriales para ciertos medios? Ante tales dudas, La
Fiera Literaria puede ofrecer respuestas. ¡Qué grande es!
La posición crítica de los que hacen La Fiera no sólo es opuesta a la
que mantienen los suplementos y páginas literarias de los periódicos,
sino que hace a
éstos y sus redactores, responsables del grado de deterioro que ha
alcanzado la crítica en España. […] El tono de sus críticas es
beligerante, agresivo, incluso panfletario a veces, pero no pierde de
vista el humor ni la ironía. […] …divertida, amena, inteligente. Y de
lo que no hay duda es de que los redactores de La Fiera se leen
escrupulosamente el texto que critican (algo que no pueden decir todos
los críticos de los suplementos…). La crítica de la novela española que
se ejerce desde La Fiera es de una higiene expeditiva, actitud
necesaria ante la existencia de tanta basura.
Lázaro Santana.- La
Provincia/Diario de las Palmas, 6-1-05
La República de las Letras tiene
una digna embajadora en la narrativa
española: La Fiera Literaria. […] merodea por los amplios espacios de
la letra impresa, desplegando su celo en la busca, captura y denuncia
de la vulgaridad literaria, la bajeza de la prosa, el ventajismo de los
premios, los pesebres de las empresas del ramo y, en fin, la
destrucción de las “bellas letras” para la mayor gloria y beneficio del
negocio editorial. La Fiera Literaria es un soplo de aire fresco en el
mundo de la novela trufado de plagios y premios millonarios con ganador
cantado, pero de pésima calidad e, incluso, tediosos, pesados y
aburridos… […] Por todo ello, y animándole a seguir por el camino de la
crítica literaria sin concesiones a nada que no sea el estilo y la
calidad, concedemos el Gorro Frigio de la República a La Fiera
Literaria.“Política”, ‘Revista Republicana’, fundada por Manuel Azaña y
Marcelino Domingo en 1935, nº 47, III época, marzo/abril 2002
En este contexto verdaderamente inquietante, pues caminamos hacía un
monopolio de la opinión, aparece La Fiera Literaria, una publicación
tipográficamente modesta que, distribuida por correo, llega a todos los
rincones de la literaria república, pregonando sus corruptelas
mafiosas, los desatinos de sus prebostes y el fiasco de un discurso
que, poco a poco, va siendo cuestionado por más y más personas. / Se
trata de un libelo informado e inteligente, que a nadie calumnia. Las
diatribas […] se basan en datos tan contundentes como el catálogo
minucioso de los errores lingüísticos, escrupulosamente documentados
[…] Y no sólo las obras, sino también los actos: el tráfico de premios,
el reparto prevaricador de lecturas, conferencias, congresos y otras
rentables canonjías, el intercambio de elogios y, en suma, cuanto huele
a podrido en el atroz aquelarre de la literatura española
contemporánea. / Hacía falta un libelo como éste, armado de razón donde
los haya y rigor como pocos, que sólo infama lo que está infamado,
aportando frescura y añadiendo interés allí donde hay tan sólo un
círculo vicioso que a nadie entusiasma ya, salvo a sus propios
beneficiarios. / Pulcritud, clasicismo, compatibles con la ironía y el
sarcasmo. Sin exceder por ello las lindes del buen gusto, caracterizan
sus obras.
Domingo F. Failde
profesor de la Universidad de Granada
Elogio del
libelo
“Europa Sur”, 5 de febrero de 2000
¡Esa ironía tan genial de La
Fiera no siempre se encuentra!
Ana Delicado Palacios, periodista,
en carta a la directora
La única publicación seria sobre
literatura que existe en España.
Pablo Molina.- Libertad Digital
[…] una revista muy singular […]
talento, malhumor y arriesgada
valentía de sus hacedores […] idéntica intención denunciadora de los
males que aquejan a nuestra república de las letras […] externamente
solitaria pero tal vez aplaudida por una minoría silenciosa, resiste
valientemente en su trinchera, cercada por el miedo reinante en el
ánimo de todos los agentes culturales […] denuncia de la blandenguería
crítica, de los amaños editoriales, de la corrupción reinante en
algunos celebrados premios, del imperio del marketing en la denominada
industria cultural, con olvido de la calidad estética, de prestigios
mal fundados y peor sostenidos creo que no mienten y que su insistente
invitación a poner orden en nuestra revuelta república literaria
sólo aplausos merece.
José María Martínez Cachero
Catedrático de la Universidad de Oviedo
La Nueva España
Oviedo, 31 de diciembre de 2006
La Fiera Literaria […] ha ido
abriéndose un hueco en la sociedad
actual; su crítica libre, independiente y, más que dura, feroz, del
mundo literario actual no deja a nadie indiferente.
Carmen Sánchez Seco,
“Leer”, Madrid, junio de 2006
Un libelo necesario […] siguiendo
un tan minucioso como objetivo
rastreo por las páginas de los periódicos y de cualquier fuente
documental, [en La Fiera Literaria] se pasa revista sarcástica y feroz
a la denominada sociedad literaria de nuestros días. / Si existe una
publicación en este mundo más censurada y peor catalogada es,
precisamente, “La Fiera Literaria”, el panfleto underground que más
leen los escritores y los críticos del Estado español. Aunque ninguno
de ellos lo diga públicamente y, menos aún, confiese que se lo pasa
fenomenal leyendo sus enormidades panfletarias. / Lo que nadie negará
es que, desde hace unos años, exactamente desde abril de 1995, fecha en
que apareció su primer número, este libelo es el único púlpito que,
libre de ataduras gremialistas,, de capillas generacionales y
periodísticas, y ajeno por completo a la industria cultural, se atreve
a decir públicamente lo que muchos piensan en privado: primero, que
ciertos escritores que pasan por ser unas excelencia, no son tales,
sino espurios productos literarios; y, segundo, que la industria
cultural está marcando para mal la estética actual. / “La Fiera
Literaria” es el único documentos escrito actual verdaderamente crítico
con la sociedad literaria del Estado español. Sus rugidos y zarpazos
van dirigidos contra editores, distribuidores, libreros, escritores y
críticos que, según ella, no cumplen con unas reglas mínimas de
decencia intelectual y mercantil. Todos ellos son ridiculizados,
apaleados y destrozados por el humor y la caricatura cruel, la
hipérbole y la sinécdoque, pero también por un análisis riguroso y
colmado de erudición.
Víctor Moreno, “GARA”, 2005
abendua - 24 larumbata
El último baluarte de la lucha.
Cuando aparece un verdadero genio,
todos los necios se conjuran contra él. Y eso ha ocurrido con La
Fiera Literaria, un misterioso y genial libelo cuyo milagro
eclosionó hace siete años con el noble y necesario fin de combatir el
tráfico de premios literarios, el intercambio d elogios entre
escritores y críticos, el amiguismo editorial, n fin, la corrupción
literaria que actualmente pudre la raíz de la industria del libro en
España y qu asfixia a los verdaderos escritores, incapaces de
introducir sus invisibles nombres por la hoy lacrada puerta de la
República de las Letras. Desde su advenimiento hasta el presente, La
Fiera Literaria no ha cesado de rugir y de lanzar zarpazos contra el
dictatorial monstruo cultural, jamás atacando al más débil, denunciando
con su sabio rugido la vergonzosa corrupción literaria, y lo ha
hecho como mejor sabe: criticando literariamente las obras de las
“vacas sagradas” de la literatura actual –como criticó Clarín en su
tiempo, salvando las distancias contextuales, a los escritores de su
época-, con sus eruditas e hilarantes críticas acompasadas, hechas por
expertos en la creación literaria, artistas independientes que trabajan
desde el ostracismo y que han encontrado errores garrafales, de primero
de parvulitos en el Curso de Escritor, en los libros de los escritores
famosos: catastróficos e imperdonables usos de la gramática y de la
sintaxis más elementales, así como atentados a la lógica más de andar
por casa; imperdonables porque no hablamos de desconocidos escritores
que comienzan a batallar con el escurridizo y caprichoso engendro del
idioma, sino de supuestos expertos en el oficio, que viven de ello por
eso mismo.
Ángel Padilla, “Al Margen”,
primavera 2003
[…] tratan de desenmascarar a los
intocables convertidos en
imprescindibles, o el montaje comercial disfrazado de cultura, e
incomodar a esos que van de progresistas y puros en otros campos que no
afectan a su posición de privilegio, pero que en el la cultura se
prestan a los chanchullos de los premios, de las listas de los libros
más vendidos, de las ferias del libro y sus datos falsificados, del
monopolio de las grandes editoriales.
María Ángeles Castillo,
“Literturas.com”, 12-12-2005
Tiemblen los autores del
establishment, los que escriben para todas las
editoriales comerciales, los que apedrean nuestro idioma con sus
anacolutos y su bobería insufrible, y comprometida, de plumíferos
obligados a poner un huevo cada dos años, aunque el huevo sea harto
lamentable, los articulistas de levita y cera […], tiemblen los hijos
de académicos, los ahijados de padrinos momificados, los rectores de
institutos en New Cork que no saben inglés y no lo reconocen, los
aspirantes a premios Nóbel y sus ganadores, los ganadores de cualquier
premio comercial que se haya dado en los últimos quince años, los
críticos de “Bobalia” y “El Acultural” o “Rojo y Negro, cara al sol” o
aquellos que, diciéndose escritores, viven más bien como extractores de
petróleo, haciendo que los escritores de verdad se revuelvan en sus
tumbas; tiemblen, por tanto, todos los que han hecho de la literatura
una negación de Bartleby y se dedican a rellenar libelos y agachar la
cabeza antes las voces de sus amos, sean estos PRISA o Planeta o
Anagrama o Tusquets o como se quiera disfrazar la venta la venta a
domicilio de volúmenes, que no de cultura. / Tiemblen porque La Fiera
Literaria, hasta ahora huidiza hoja volandera que había que perseguir
de sombra en sombra y de esquina en esquina […] tiene página web propia
para bendición de críticos aún puros, redención de falsarios,
enaltecimiento de autenticidades literarias y aborrecimiento y condena
eterna al fuego del averno para escribientes de escaparates en la
mefítica Casa del Libro, donde ya, oh sorpresa, oh prodigio de
prestidigitador, no hay libros, sino cajas llenas de basura templaria,
de niños aprendices de mago, de historiadoras de tres al cuarto,
catedrales de barro, pasiones angloindias y best-sellers a cargo de
gacetilleros de sucesos.
Ángel Badalament, ELALEPH.COM
27, junio, 2006
Desde luego, creo que lo que no
sobra son críticas del estilo de La
Fiera Literaria, aunque a menudo pequen de histéricas y correctivas. A
muchos mediocres endiosados por el mercado les viene al pelo ver sus
patadas señaladas con rotulador rojo.
Cayetana Altovoltaje, El Blog de
Edmundo, 29 de enero de 2007
Las críticas demoledoras de “La
Fiera”, el grito de “el rey está
desnudo”, al paso de una comitiva de memos encumbrados por los de
PRISA, los Planeta y otros afanadores, fue toda una acción política,
una labor necesaria para poner a la crítica en su sitio, que me consta
se ha sentido avergonzada por alabar, hasta el babeo, los brocados y
piedras preciosas del manto de aquel rey en pelotas que era y es
nuestra novelística más reciente.
Cuaderno de bitácora de José María
Lama, 17 de agosto de 2006
Convencionalismos al margen, “La
Fiera Literaria” tiene como valores
supremos l crítica sin ambages –pero con muchos matices-, el de la
exposición clara de las procacidades y avaricias del negocio editorial,
el de la relación sin cuentos del cambalache comepollístico y
lameculero de los llamados hombres de letras (con sus mujeronas en
vanguardia) y el relato, en fin, de situaciones conocidas por todos,
pero jamás denunciadas, que en el mundo de las letras la ley del
silencio funciona y aterroriza como no lo hace siquiera en los
negociados más siniestros de la cosa empresarial y oficinesca; ni
siquiera, créanlo, como se ejerce en la propia empresa periodística […]
Hay mucho que leer en “La Fiera Literaria”, porque más allá de la
subjetividad de cada uno de los que escriben en el boletín, prima
un honesto afán por desmenuzar los textos y los contextos, todos los
contextos y supuesto, en que se produce cada uno de los libros que ahí
se critican y cada uno de los autores ahí traídos a colación (los
cuecen y cuelan con gran propiedad y talento, los de “La Fiera
Literaria”, n la propia baba de los tales autores […] Una bendición ,
“La Fiera Literaria”, ahora que en el asunto este del online
menudean páginas, foros, no sé, como les quieran decir, en los que so
pretexto de la cosa literaria son ya peste, como de hongos pútridos,
los feligreses de cosas distintas que juegan su cuarto a espadas de la
tontería superlativamente perversa […] Busquen “La Fiera
Literaria”, sí, en papel o por aquí, en la red … Jamás dispusimos de
algo que auspiciara tanto la libertad d expresión…Disfrutarán de algo
que en España parece imposible: el ejercicio de la crítica literaria en
libertad.
José Luis Moreno-Ruíz, “Diarios
Moreno-Ruíz” 16 de enero de 2008
…La iconoclasta revista La Fiera
Literaria, autoridad cultural temida y
odiada a la vez por decir verdades como puños: como que el rey está
desnudo, es decir, que pseudoescritores enlatados pre-dantescos como el
plomo retardado de Javier Marías o la menopáusica del cámbrico Maruja
Torres, el ecolojeta distraído greenpis Manuel Rivas o la reprimida
fofa mental Almudena Grandes, etc. Son infumables y no aportan nada a
la literatura…
Blog Archive El manipulador censor,
29 de mayo de 2008
Reproduzco una “ferocidad” [La
página ideal de Muñoz Molina] publicada
en la web del Centro de Documentación de la Novela Española con ánimo
de compartir unas risas ¿No se parecen algunas de sus partes a
los cadáveres exquisitos de los surrealistas del primer tercio
del siglo pasado? A riesgo de pasar por resentidos, los de La Fiera
Literaria se atreven con los grandes éxitos editoriales del momento y
lo hacen con mucha gracia. Si uno de permite un tiempo para leer sus
exhaustivas “críticas acompasadas” de textos “literarios”, no podrá
evitar unas cuantas carcajadas, tan necesarias para diluir el estrés
cotidiano.
Pardal, La Bitácora de Emilio, 4 de
diciembre de 2007
Acabo de descubrir la página de
La Fiera Literaria y os la recomiendo
encarecidamente. Por fin un sitio al margen de presiones editoriales o
de mercado, en el que se atreven a desmenuzar el páramo literario en el
que se ha convertido este país. Lo mejor es que lo hacen con gracia,
desde el rigor y la mala leche. No se salva ni el apuntador, pero qué
razón tienen. Desde el aburrido hasta la náusea, Muñoz Molina y su afán
por demostrar una prosa excelsa, pasando por el inefable Javier Marías,
los omnipresentes García Montero y señora, o el incombustible Pérez
Reverte (si alguien pudo con El Húsar le hago una reverencia. En fin,
merece la pena echarle un vistazo. Recomiendo especialmente la crítica
que hacen de Pasiones romanas de la Jener. No tiene desperdicio. Al
final, no sabes si descojonarte o encerrarte en casa de por vida ante
el panorama.
Clara, en Del otro lado del espejo,
2 de septiembre de 2007
El ideal de crítica higiénica y
policíaca que propugnaba Clarín lo
viene ejerciendo desde hace años el colectivo de demoledores analistas
de La Fiera Literaria, verdadera excepción en el adocenado universo
español de las reseñas críticas
José L. Campal Fernández
“La Nueva España”
Oviedo, 10 de enero
de 2007
La Fiera es una tan valiente como
necesaria publicación.
José Antonio Saez
director de “Batarro”
Carta a la dirección
La Fiera Literaria ha nacido en
estos confusos momentos de la sociedad
espectacular integrada, es decir, de la combinación de las formas
"concentrada" y "difusa" (o sea, de la propaganda estalinista y de la
publicidad americana) que hoy tiende a imponerse de modo universal. […]
Pero tenemos una sospecha aún mayor en La Fiera: que esas estupideces
que se promocionan hasta convertirse en best-sellers no sean
simplemente estupideces inocentes o escritura fácil de usar y tirar,
sino escritura apta para ir creando en la caverna una determinada
imagen del mundo y estimular así el deseo de determinadas cosas y no de
otras; una visión de la realidad sumisa a "lo que hay"; una inclinación
compulsiva hacia los programas de "más audiencia", a la lectura de "lo
más vendido"; una repetición neurótica de "lo mismo". […] Así pues, la
existencia de La Fiera está justificada como una lucha clandestina,
apasionante y arriesgada contra el Espectáculo como sistema, como una
denuncia frontal a lo que nos venden como producción cultural;
aportación contracultural de un pensamiento y de una crítica libres,
porque permanecer hoy al margen del mercadeo supone un acto de rebeldía
y de construcción de una "reserva espiritual" no sometida a sus leyes.
Victoria Sendón
Si en lugar de ser doscientos los
números de LA FIERA, fueran
trescientos, se podrían comparar con aquellos 300 fieles de Leónidas
que, "espartanamente", cayeron uno a uno resistiendo a los persas en
las Termópilas.
Cada número del boletín-libelo ha supuesto horas de lectura y de
trabajo; de lectura frecuentemente ingrata, ya que el bodrio y la
mediocridad han desbordado en estos años aciagos todas las previsiones
previstas para la literatura española actual. Los exhibidos y
premiadísimos de nuestras letras y de nuestro arte han merecido, en
muchos casos, ser dignos representantes del "esperpento"
valleinclanesco; el pensamiento, más allá de glosar sobre "lo que
pasa", parece desaparecido. Sin embargo no todo han sido sinsabores,
pues la mejor retribución para "l@s fieras", que han ejercido de
centinelas contra la mediocridad, de guardianes del espíritu –ése que
sólo puede alimentarse con lo digno, lo inteligente y lo cabal- ha
consistido en poder regodearse copiosamente con esa veta sutil que
cambia hasta la esencia misma del objeto: lo risible.
No es que LA FIERA LITERARIA se haya dedicado a entrar como elefante en
cacharrería en los templos del saber; no es que haya arremetido a
diestra y siniestra contra todo lo que se expone y publica en este país
nuestro, no. ¡Qué vulgaridad! La sutileza y la inteligencia de LA FIERA
ha consistido en ser capaz de rastrear -en algunos escritos, en
afamadas obras que se reclaman artísticas- ese hilo sutil de lo
risible, que se oculta tras la solemnidad, la moda, la provocación, lo
soez, lo chorras, el marketing o el absurdo de ponerse a escribir sobre
cualquier cosa sólo para alcanzar el estatus de "escritor".
Si me lo permiten, yo diría que quienes componen el núcleo duro de LA
FIERA son expertos rastreadores de esos matices en los que la gente no
repara: lo cursi, el pleonasmo, la cacofonía, el plagio disimulado, la
falta de referentes culturales de peso, la vulgaridad, la
insustancialidad, lo recurrente, el retruécano sin sentido, la vanidad
intemperante, el erotismo sin sutilezas o el oportunismo del autor o
autora. Sin mencionar esos tochos escritos por encargo para un premio.
Y claro, desmantelar todo ese tinglado nos conduce hasta el personaje
que lo sustenta y que siempre resulta risible. No es culpa de los
feroces merodeadores, sino de la impericia del escribidor. Descubrir lo
risible constituye un rasgo cierto de inteligencia probada.
Otros muchos son los méritos de LA FIERA, como no venderse ni ser
complaciente con ningún tipo de poder. Sí, esa especie de categoría
intelectual que se posiciona en las antípodas del snobismo, o sea, de
lo sine nobile , sin nobleza, atribuible a los advenedizos, los nuevos
ricos, los famosos y otros especímenes sin autoridad. Y la categoría
intelectual sólo la da ese poso que dejan las elegidas lecturas, el
pensamiento que ha sustentado civilizaciones, los referentes
universales sin localismos que valgan, y que deriva en la capacidad
crítica sin contemplaciones, la ironía destilada del saber, el amor
resistente por la cultura.
Si yo fuera editora vapuleada por LA FIERA, tal como acostumbra el
boletín, se me caería la cara de vergüenza por seguir editando
mediocridades para un mercado de ingenuos lectores, aquellos panolis
que se creen lo de los premios y las sentenciosas alabanzas de las
críticas pagadas y los críticos vendidos. No caerán, claro, esos
mercachifles de libros, pero alguno habrá sentido amagos de sonrojo en
algún momento. LA FIERA constituye el paradigma de lo que ha venido
siendo un azote de la industria cultural. ¿Quién se atreve con los
grandes? ¿Quién ha firmado con nombres y apellidos atrevidas cartas de
denuncia dirigidas a los de más arriba? Muy pocos, la verdad. Los
fieras, sí.
Por no seguir desgranando virtudes atesoradas durante esta odisea
literaria, terminaré diciendo que LA FIERA ha constituido un referente
irreverente para espíritus libres, para testigos de las profundidades,
ya que este boletín ha ido calibrando las constantes vitales de nuestra
literatura sin dejarse llevar por los fastos del espectáculo cultural.
Si alguien ha traducido agudamente el pensamiento de Guy Debord contra
la "sociedad del espectáculo" ha sido LA FIERA LITERARIA, de modo que
ni el propio Sarkozy podrá terminar con ese espíritu libertario y
sesentayochesco que destila cada una de sus páginas.
Sé que es una frase hecha que no gustará nada a los que se afanan en la
"crítica acompasada", pero si LA FIERA LITERARIA no existiera, habría
que inventarla o, mejor, habría que escribirla, porque no es un
invento, es un altísimo ejercicio de estilo que pone en un brete a
aquellos a quienes despelleja. ¡Es que para colmo escriben de maravilla
los muy capullos!
Victoria Sendón
M. G. V fue un auténtico profeta
cuando decidió crear LA FIERA. El vio
con claridad que el espíritu de la globalización neoliberal había
envenenado la literatura, ya para entonces industria cultural, negocio
editorial, decadencia autoral y vacío demencial. Las críticas
demoledoras de LA FIERA , el grito de “el rey está desnudo” al paso de
una comitiva de memos encumbrados por los Prisa, los Planeta y otros
afanadores, fue toda una acción política, una labor necesaria para
poner a la crítica en su sitio, que me consta se ha sentido avergonzada
por alabar, hasta el babeo, los brocados y piedras preciosas del manto
de aquel rey en pelotas que era y es nuestra novelística más reciente.
Hace ya diez años de aquello y continuamos. En nuestro haber de osados
davides, algún que otro chichón al Goliat mediático.
No me cabe la menor duda de que la permanencia de LA FIERA responde a
una acción política continuada de aquel “situacionismo” que no pudo
triunfar, pero que tampoco ha muerto. Se trataba de actuar de modo que
se creara una situación nueva, sustituyendo la pasividad existencial
por una afirmación lúdica más allá de la mera crítica. En la medida en
que los humanos somos producto de nuestras situaciones, y las
situaciones por las que pasamos son tan insustanciales, era urgente
crear otras condiciones en las que poder ser más humanos. Y lo que ha
conseguido LA FIERA LITERARIA es la creación de un ámbito en el cual
comprender qué es y qué puede ser una creación literaria de calidad.
Qué es y qué puede ser un lector con referentes culturales bien
definidos al que no le dan gato por liebre. Porque parte del montaje
editorial “exitoso” consiste en vender gatos sarnosos como si de platos
exquisitos se tratara. La nouvelle cuisine editorial es una tomadura de
pelo como casi todas las idem, que además de costarte un congo te
obligan al ayuno. Pero, eso sí, todo el mundo sale diciendo qué
delicioso estaba todo. Nadie se atreve a decir que, también aquí, “el
rey está desnudo”, que nada como una buena paella.
Victoria Sendón
Decía Baudelaire que la crítica
literaria, para ser válida, tiene que
ser arbitraria, apasionada y partidista. Una tal crítica practican
quienes hacen "La Fiera", y no sólo de los textos literarios, sino
también, y casi más, de la sociología de los hechos culturales. Por
concretar un punto de vista -o de partida-, diré sin disimulo que, al
igual que determinados pintores tienen "porque sí" mayor cotización al
pertenecer a la cuadra de determinada galería, ciertos libros "nacen"
para los "fieras" como reses a destripar por el hecho de ser publicados
por determinada editorial o jaleado por el suplemento cultural de
determinado medio de comunicación. Lo que no quiere decir que se
cometan adrede injusticias: los buenos, muy pocos, simplemente se
silencian; no se trata de inciensar. Pero "La Fiera" no es, o lo es
sólo por asimilación, una revista de crítica literaria. Mucho menos, de
crítica literaria gramaticalista. Y todavía menos, una revista
satírica. Aunque se sirva de todo eso: de la crítica, del análisis de
textos y de una ironía y un humor que se podrían considerar
corrosivos."La Fiera Literaria" es, fundamentalmente, un suceso
situacionista, aunque no voy a decir que se planteara expresamente como
tal cuando su fundación. Se planteó como respuesta a una situación
histórica muy caracterizada y desembocó en lo que es porque se encontró
abruptamente con la sociedad del espectáculo: con el mundo del libro,
de la cultura en general, convertido en espectáculo, con editores
ejerciendo de directores escénicos, críticos ejerciendo de coro y
escritoras y escritores ejerciendo de actrices y de actores. Ante una
tesitura tal, un epigrama como un artículo, una parodia como un
comentario bibliográfico, se convertían en armas, no en almas: quiero
decir, no en lo esencial, no en lo definitorio.
M. García Viñó
continuará ...
Sexismo y lenguaje
Lo que sigue, hasta los
asteriscos, nos lo ha enviado un lector, que lo ha encontrado en la red.
Para los planes de igualdad
En castellano existen los participios activos como derivados de los
tiempos verbales. El participio activo del verbo atacar, es atacante;
el de salir, es saliente; el de cantar, es cantante; el de existir,
existente.
¿Cuál es el participio activo del verbo ser? El participio activo del
verbo ser, es "el ente". ¿Qué es el ente? Es algo que tiene entidad.
Por ese motivo, cuando queremos nombrar a la persona que denota
capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se le agrega al
final "-nte". Por lo tanto, a la persona que preside se le dice
presidente (nunca presidenta), independientemente del sexo que esa
persona tenga. Se dice capilla ardiente (no ardienta); se dice
estudiante (no estudianta); se dice paciente, (no pacienta); se
dice dirigente (no dirigenta) y así muchos más.
Nuestros políticos y muchos periodistas (casi todos muy progresistas)
no sólo hacen un mal uso del lenguaje por motivos ideológicos, sino por
ignorancia de la gramática de la lengua castellana. Pasemos el mensaje
a todos nuestros conocidos con la esperanza de que el mismo llegue
finalmente a todos esos ignorantes.
El que mandó esto frustró a un grupo de hombres que se había juntado en
defensa del género. Ya habían firmado lo siguiente:
el dentisto, el poeto, el sindicalisto, el pediatro, el pianisto, el
turisto, el taxisto, el artisto, el poeto, el periodisto, el
violinisto, el telefonisto, el taxisto, el trompestisto, el teclisto,
el maquinisto, el electricisto, el oculisto, el policío del esquino y,
sobre todos, ¡el machisto!
*
* *
En principio, los fieras, que no somos expertos en materia de lenguaje,
pero sí decididamente feministas, estamos de acuerdo con el espíritu
que anima el texto, aunque, puede que no, con la intención que subyace
al mismo. Nos parece oportuno que se ridiculicen ciertas actitudes
derivadas, más del interés cateto de situarse in, como se decía en los años 70,
que de la reflexión y de la ciencia. La reductio ad ridiculum es un
arma que La Fiera inventó y ha utilizado con tanta largueza como
eficacia. Sin embargo, nos parece que pueden resultar valiosas algunas
consideraciones, teniendo en cuenta el sitz im leben. Unas consideraciones
sobre las que queremos pedir su opinión a especialistas.
¿Por qué presidenta, entre otras, sí
se ha aceptado siempre? ¿Por qué, de siempre también, sí han sido aceptadas por la
comunidad hablante feminizaciones como jefa, maestra, directora,
doctora, patrona, etc. A nuestra manera de ver, la discusión, en estos
momentos, no debe reducirse a una aplicación estricta de la gramática,
con los resultados que se producían antes de que se utilizara el
lenguaje como un instrumento más en la lucha por las justas
reivindicaciones femeninas. Creemos indispensable partir de una
distinción: una cosa es el sexo de las personas y otra distinta el
género de las palabras. No obstante, cuanto, desde este campo, se pueda
hacer para eliminar la prepotencia del patriarcalismo y la
preponderancia de lo patriarcalista, y conquistar la igualdad total
creemos que debe ser bienvenido.
Preguntas y respuestas:
En resumen, y aunque puedes comentar todo lo que te apetezca del texto
ajeno y de nuestro comentario, las preguntas concretas son:
-¿Por qué piensas que ha habido palabras, como presidenta, maestra,
profesora, etc. que no han tenido nunca dificultad en ser aceptadas
hasta por los más tercos machistas?
-¿No te parece que el problema de la feminización de unos vocablos (y
consiguiente masculinización de otros) ha adquirido una distinta
dimensión con motivo de las reivindicaciones feministas en todos los
campos, entre ellos, el de la designación de oficios y profesiones a
las que las mujeres han accedido, tras siglos o milenios de injusto
veto?
-Pregunta, quizá, inútil: ¿cómo crees que puede incidir este tema en la
realidad social, donde se palpa todavía una notable resistencia ante la
equiparación de mujeres y hombres en todos los campos por parte de
muchos cenutrios.
(Un paréntesis: créete, querida amiga, que a nosotros nos causa sonrojo
que, a principios del siglo XXI haya que plantear estos
problemas).
-¿Consideráis las mujeres la posibilidad de algunas excepciones por
razones estéticas o de musicalidad? Porque, por ejemplo, algunos de
nosotros enfermaríamos gravemente si nos viésemos obligados a escribir
miembra, payasa, poeto o víctimo.
Respuestas de Silvia Senz Bueno,
Licenciada en Filología, especializada en edición de obras de
Lingüística
1) La tendencia general y natural en castellano --que no es la que
recogen las gramáticas normativas o pseudonormativas o aquellas que
restringen la descripción al dialecto culto y al registro escrito (muy
influenciado por la norma)--, es a feminizar en -a aquellas palabras
que indican oficios, independientemente de su etimología y de su
terminación, a medida en que, en nuestra sociedad, la mujer se
incorpora a ellos. El mismo caso se da a la inversa (pero en muchas
menos ocasiones, claro): cuando el hombre se incorpora a un oficio
tradicionalmente femenino, éste se acaba masculinizando: "modista" dio
"modisto", y "azafata" dio "azafato".
2) Para saber cuál es la tendencia del idioma en lo relativo a las
palabras donde hay una relación género gramatical-sexo biológico,
conviene fijarse en lo que marca la desconocidísima (por los
lingüistas) habla popular (despectivamente llamada "vulgar" por los
gramáticos normativistas, los "curtos" y los académicos), que es la que
señala el rumbo del idioma desde que el castellano derivó del latín
vulgar. Si en un pueblo (al menos de España) hay una mujer médico o
practicante, la llamarán sin duda "médica" o "practicanta", que es lo
genuino y propio del castellano, lengua que mayoritariamente asocia en
estos casos el masculino con la terminación -o y el femenino con la
terminación -a. Y si hay una intelectual o una estudiante, la llamarán
"inteletuala" o "intelet·tuala" (dicho sea de paso, siguiendo las leyes
de evolución fonética del castellano que la norma culta no reconocerá
nunca), y "estudianta".
3) Es absolutamente cierto que muchas expresiones y términos que aluden
a personas reflejan la estructura social tradicional de nuestra
cultura, que invisibiliza por completo a la mujer. La lengua no es un
ente abstracto e independiente, que evolucione al margen de la conducta
y la ideología de las sociedades que la hablan.
4) La feminización de una palabra en la que se da relación entre sexo y
género y para la que no existe un femenino responde muy a menudo a un
mecanismo de eficacia comunicativa muy presente en el lenguaje oral y
aún más en el lenguaje escrito: la desambiguación.
5) En cuanto a tu última pregunta, yo creo que el mundo literario es un
mundo libre, que crea y recrea sus propias reglas y no está sujeto a
ninguna de las esclavitudes del lenguaje.
Hay un grupo de investigadoras especializadas en este tema: Esther
Forgas, Eulàlia Lledó, Ana María Vigara y M.ª Ángeles Calero. Son todas
ellas catedráticas de lengua española. No dicen una del revés. Si lo
necesitáis, os contacto con ellas.
Os dejo uno de sus artículos:
"Ministras, arrieras y azabacheras.
De la feminización de tres lemas en el DRAE (2001)"
http://www.ucm.es/info/especulo/cajetin/lledo.html
Dra. Eulàlia Lledó Cunill
Hay también un buen libro de estilo de lenguaje no sexista donde se dan
abundantísimos y atinados razonamientos sobre el tema:
www.nodo50.org/mujeresred/manual_lenguaje_admtvo_no_sexista.pdf
Un abrazo, Silvia
Respuestas de José Polo,
catedrático de Lingüística en la Universidad Autónoma de Madrid
1.- Todo el movimiento del “feminismo lingüístico” se basa en un
disparate mayúsculo, producto, al mismo tiempo, de un grado insuperable
de ignorancia y de demagogia.
2.- Cuando hablan de que debe evitarse la forma “masculina” los niños
para la idea de “niños y niñas”, desconocen que lo de
masculino/femenino es, en principio, una categoría semántica, no
mecánicamente formal; como tales categorías semánticas, se dan en ella,
como en cualesquiera otras, fenómenos como la polisemia (compárese, por
ejemplo, la fecundidad semántica de la unidad léxica operación),
homonimia, sinonimia, neutralización, sincretismo, etc. Por eso, cuando
decimos los niños para meramente “infancia”, no estamos, de ninguna de
las maneras, sirviéndonos de un masculino (= de un significado
masculino), sino, dentro de la polisemia en este caso, de –os) de
un significado “neutro/genérico/no simplista, pues se trata de
realidades históricas: “dialécticas/no superficialmente mecánicas”. El
sintagma los niños representa el esquema formal MASCULINO cuando el
significado es, justamente, “los niños (no las niñas)”, pero con el
otro significado no podemos hablar de “género masculino” las formas del
lenguaje están al servicio de los significados, no al revés (el
movimiento es de dentro hacia fuera: de lo onomasiológico a lo
semasiológico…).
3.- Formas como presidenta, patrona, etc., deben interpretarse, dentro
de la múltiple realidad de los “microsistemas lingüísticos”, en su
propio entorno histórico (siempre ligado a hechos culturales en sentido
amplio), pero no a manera de espécimen de una especie de regla de tres
simple procesable mediante un programa informático.
4.- La igualdad (=de oportunidades, ante la justicia, etc.) de hombres
y mujeres no se logrará confundiendo, por incultura, los conceptos de
sexo y “géneros gramaticales” y destrozando los delicados –y, con
relativa frecuencia, económicos- mecanismos logrados por los sistemas
lingüísticos (por los hablantes) a través de siglos de lenta y sazonada
evolución.
5.- Ante la degradación de los niveles de la enseñanza (primaria,
media, universitaria), acentuada, con ritmo creciente, en los últimos
veinticinco o treinta años, no es de extrañar que, junto a disparates
inimaginables (no sólo ortográficos y ortotipográficos) por doquier,
avasallen movimientos “idiomático-culturales”, tan nocivos para hombres
y mujeres, que, en lo que atañe al asunto objeto de atención, suponen,
en términos eufemísticos, una grave desconsideración para con nuestra
lengua común (España, Hispanoamérica, otros lares).
Respuestas de Ana María Vigara, Catedrática de
Lengua Española en la Universidad Complutense de Madrid
¿Por qué presidenta,
entre otras, sí se ha aceptado siempre? ¿Por qué, de siempre también,
sí han sido aceptadas por la comunidad hablante feminizaciones como jefa, maestra, directora, doctora,
patrona, etc. A nuestra manera de ver, la discusión, en estos
momentos, no debe reducirse a una aplicación estricta de la gramática,
con los resultados que se producían antes de que se utilizara el
lenguaje como un instrumento más en la lucha por las justas
reivindicaciones femeninas. Nos parece indispensable partir de una
distinción: una cosa es el sexo de
las personas y otra distinta el género de las palabras. No
obstante, cuanto, desde este campo, se pueda hacer para eliminar la
prepotencia del patriarcalismo y la preponderancia de lo
patriarcalista, y conquistar la igualdad total creemos que debe ser
bienvenido. Pero opinen las expertas/tos.
En resumen, y aunque puedes comentar todo lo que te apetezca del texto
ajeno y de nuestro comentario, las preguntas concretas son:
- ¿Por qué piensas que ha habido
palabras, como presidenta, maestra, profesora, etc. que no han tenido
nunca dificultad en ser aceptadas hasta por los más tercos machistas?
Niego la mayor. Aunque maestra y profesora no han tenido muchos
problemas, presidenta, como clienta, los sigue teniendo. A veces con el
argumento lingüístico de que procede de un participio activo y, por lo
tanto, debe ser invariable; y la mayor parte de las veces con la
creencia de que la RAE no lo ha admitido o con el argumento puramente
estético “me suena/parece horrible”,
- ¿No te parece que el problema
de la feminización de unos vocablos (y consiguiente masculinización de
otros) ha adquirido una distinta dimensión con motivo de las
reivindicaciones feministas en todos los campos, entre ellos, el de la
designación de oficios y profesiones a las que las mujeres han
accedido, tras siglos o milenios de injusto veto?
Sí me parece. Intentemos entenderlo.
Si tienes solo una oreja (de siempre, incluso desde que naciste) y
sabes que con una simple crema, disponible en el mercado, te crecería
la otra (que tú no tienes, ni quienes son como tú, pero los demás sí),
a) ¿reivindicarías tener una sola oreja? (¿quién se pondría a
reivindicar tener algo que ya tiene?);
b) ¿aceptarías sin más que te prohibieran aplicarte esa crema con el
argumento de que no necesitas otra oreja; de que oyes bien aunque no la
tienes; de que nunca has necesitado esa segunda oreja; de que ya todo
el mundo se ha acostumbrado a verte y quererte sin la otra oreja; de
que se reirán de ti si te la pones; de que nadie debe aplicarse esa
crema, que se venía usando para otra cosa, si no lo autoriza
específicamente el Ministerio de Sanidad español; de que conviene no
tener esa segunda oreja hasta que se generalice y todo el que no la
tiene se la ponga (ya sé que este último parece contradictorio, y lo
es, lo es); de que hay otras cremas que podrían hacer lo mismo, y no
las has aplicado, y otras, perfectamente integradas en nuestro sistema
sanitario, que hacen otras cosas y nunca les has hecho caso…?;
c) ¿aceptarías que se burlaran de ti y te estigmatizaran y te pusieran
en evidencia porque quieres aplicarte esa crema o porque quieres tener
o tienes dos orejas? ¿Interpretarías quizá que, puesto que no puede ser
tan disparatado tener dos orejas o desear tenerlas, esa oposición, a
veces radical, a tus deseos o pretensiones y a aplicar el remedio
(simple y accesible) para conseguirlos tiene cierto aspecto de “saña”?
Te traslado todo esto al terreno del lenguaje y del uso lingüístico:
a) ¿Reivindicaríamos que tuvieran género masculino presidente,
periodista, pediatra, jefe, médico o patrón, que ya lo tienen, y nadie
lo discute?
Más aún: prácticamente todas estas palabras nacieron en nuestra lengua
exclusivamente en masculino, y así pasaron a los diccionarios
académicos, donde tardaron tiempo (unas más, otras menos: según las
mujeres se iban incorporando a la vida social y pública) en aparecer
con género común (periodista, pediatra, entre las nombradas) o
masculino y femenino (jefe/a, presidente/a, médico/a, patrón/a).
Aunque no me he molestado en comprobarlas todas, te aseguro que esto ha
ocurrido en prácticamente todos los femeninos que se mencionan en
vuestro escrito (y en prácticamente todos los que suelen ponerse en
entredicho). Y es muy fácil de comprobar: si entras en el NTLLE (Nuevo
Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española, en www.rae.es), puedes
hacerlo tú mismo.
Y no deja de ser curioso que en esto la Academia, tantas veces acusada
de conservadora, anticuada y lenta, esté por delante de mucha gente que
hoy discute los femeninos con pasíón casi agresiva.
Volviendo al argumento central, tres datos importantes:
1) Se plantea (y discute) la feminización de términos, y solo la
femninización, porque el masculino ya existe y no tiene discusión. No
suele plantearse, pues, el masculino, ni hay por qué. Plantear, por
ejemplo, que periodista, que nació solo masculino (“masc. periodista”),
debería cambiar ahora su masculino a periodisto porque también designa
femenino y (en castigo, parece) porque masc. presidente se convierta en
el uso en fem. presidenta o masc. juez en fem. jueza (por ejemplo) es,
como se puede apreciar, bastante incoherente.
2) Efectivamente, una cosa es el sexo de las personas y otra el género
de las palabras: eso es innegable. Solo que parece que para aludir a
personas (sustantivos personales, los que nos interesan aquí), en
español, tendemos a aplicar sistemáticamente el masculino a las
personas de sexo masculino y, en justa correspondencia seguramente, el
femenino a las personas de sexo femenino. Lo aplicamos en las
concordancias y, a poco que se pueda, en los sustantivos personales
también. La tendencia es muy antigua, y hasta los diccionarios lo
reflejan. Pero aunque no lo reflejaran, nuestra vida cotidiana nos
proporciona continuamente ejemplos.
Fíjate, sin ir más lejos, en vuestro texto: “En principio, los fieras,
que no somos expertos en materia de lenguaje, pero sí decididamente
feministas, estamos de acuerdo con el espíritu que anima el texto”.
Seguro que si buscamos en el diccionario fiera, encontramos que es
vocablo femenino (y solo femenino); como no alude inicialmente a
personas, sino a animales, cuando lo utilizamos para personas suele ser
para “calificar” (“Juan es una fiera”, “María es una fiera”); en
vuestro texto, los fieras no está usado ni para animales ni como
calificador, sino convertido en sustantivo común que designa a quienes
participáis en la publicación: con el masculino “los” para varones o
usado como genérico (para varones y mujeres que comparten esa misma
adscripción) y concordado en masculino con “expertos”. ¿No podremos
utilizar “los fieras”, tan apropiadamente, porque fiera sea sustantivo
femenino? Sería absurdo no aprovechar todas las posibilidades, ¿no?
El proceso es muy similar para el femenino: cuando necesitamos o
deseamos expresarlo, encontramos el modo: o lo creamos o utilizamos el
artículo y las concordancias para hacerlo visible.
Algunos son gramaticalmente fáciles: sustantivo personal masculino que
acaba en –o pasa a femenino en –a (como niño/a, médico/a, árbitro/a), y
sustantivo personal masculino que acaba en consonante pasa a femenino
añadiendo una –a (como profesor/a o patrón/a; la oposición a juez/a
iría en contra de esta tendencia, curiosamente). Otros tienen una
terminación que, aunque sean masculinos, permite fácilmente una
interpretación específicamente femenina, y en estos casos nos basta con
las concordancias (el/la periodista, el/a terapeuta, el/a poeta, el/la
víctima). Y los casos más difíciles y cuyo comportamiento es menos
sistemático son los acabados en –e (jefe, cliente, cantante), que a
veces se convierten en femeninos (jefa, clienta) y muchas otras se
utilizan en género común (el/la cantante).
b) Prácticamente todos los argumentos “presuntamente lingüísticos” que
se utilizan son, sobre todo, ideológicos y en general bastante
interesados. Y algunos muy fáciles de desmontar.
He intentado hacerlo con rigor (desmontarlos) en un artículo que te
adjunto (“Nombrar en femenino: el caso emblemático de jueza”, que ha
aparecido hace poco en el libro De igualdad y diferencias: diez
estudios de género).
- Pregunta, quizá, inútil: ¿cómo
crees que puede incidir este tema en la realidad social, donde se palpa
todavía una notable resistencia ante la equiparación de mujeres y
hombres en todos los campos por parte de muchos cenutrios?
Creo que vamos a seguir discutiéndolo mucho tiempo, y con argumentos
parecidos a los de ahora, que tan ingeniosos e indiscutibles parecen.
Si las cosas dependieran de mí, las dejaría correr en la medida de lo
posible, y pronto sabríamos qué femeninos triunfan y cuáles no.
Acabaremos sabiéndolo de todos modos, pero necesitaremos más tiempo.
- ¿Consideráis las mujeres la
posibilidad de algunas excepciones por razones estéticas o de
musicalidad? Porque, por ejemplo, algunos de nosotros enfermaríamos
gravemente si nos viésemos obligados a escribir miembra, payasa, poeto
o víctimo.
¿Por qué las mujeres? ¿Por qué los grupos feministas o las feministas,
como se lee continuamente? ¿Realmente está el mundo dividido en dos en
esta cuestión: las mujeres vs. los hombres, las feministas vs. todos
los demás? ¿No hemos quedado en que los fieras son “decididamente
feministas” también?
Tan previsibles son las excepciones como la generalización (que parece,
en cambio, mucho más difícil; y si no hay generalización, no habrá
excepciones). Ocurrirán o no. En España no parece que miembra tenga
muchos visos de triunfar por el momento, pero, creado sobre un
masculino en –o, ya se usa en algunos países hispanoamericanos (para
nosotros seguramente sería una excepción, sí); payasa se usa ya, es un
femenino absolutamente normal desde el punto de vista morfológico y hay
mujeres que se dedican al oficio de “payasear”: más de uno de vosotros,
me temo, va a enfermar gravemente; poeto no ha lugar: es un masculino
ficticio, como lo serían profesoro o periodisto, creados sobre
masculinos terminados en –a (¿no hemos quedado en que una cosa es el
género de las palabras y otra el sexo de las personas?), y tiene un
femenino, poetisa, que gusta menos que el común poeta (para ambos
sexos), cada vez más extendido; y los mismos argumentos, o casi,
podríamos utilizar para víctimo (la víctima se comporta, para
entendernos, como la fiera: tampoco víctima es nombre solo personal
–paisajes, animales, cosas, personas… son víctimas de la maldad del ser
humano): es muy poco probable que poeto o víctimo se desarrollen de
momento (además, recordémoslo, de momento no es el masculino –que ya
existe-- el que se cuestiona, sino el femenino, al que parece que no
nos hemos acostumbrado aún).
Por orden del Sr. Dios
Mi panadera es palestina. Hace tiempo, cuando
yo iba a su tienda y no había público, nunca nos faltaba tema de
conversación. Así me enteré de muchas cosas que no dicen los
periódicos, pues con cierta frecuencia ella hablaba con su familia por
teléfono o algún miembro o vecino de ésta venía a España.
Cuando el hecho es llamativo, los periódicos sí hablan de él, aunque,
la mayor parte de las veces, distorsionándolo. Como mínimo, la
distorsión consiste en este caso en tratar la tragedia de los
palestinos como un conflicto entre dos partes más o menos equiparables.
Y aluden a esa tragedia, a la tragedia de UN pueblo, al sufrimiento del
pueblo palestino, como “el conflicto palestino-israelí”. Publiqué un
artículo sobre el tema en Rebelión.
Los periódicos, por ejemplo, no han informado a sus lectores de que los
saqueos de casas palestinas por el ejército israelí son DIARIOS .
Diariamente, varios grupos de soldados patrullan por las calles de
ciudades y pueblos e irrumpen en las casas, rompen televisores y otros
electrodomésticos, y muebles, rasgan fotografías, tiran la ropa por el
suelo. La excusa es que “sospechan” que allí se esconde un terrorista.
Y muchas veces hasta lo encuentran, porque, en teoría, para los
israelíes, todos los palestinos son terroristas. Sin duda este
comportamiento forma parte de una maniobra continuada de desgaste de la
resistencia moral, de cansancio físico y anímico, de agotamiento, para
que se vayan a hacinarse con otros en campos de refugiados los que no
quieran hacinarse en la cárcel o el cementerio.
Más tarde, fui yo quien empezó a facilitar a mi amiga noticias y
artículos sobre el problema. Ella tenía ordenador, pero no Internet. Yo
le imprimía todos los artículos que publicaba REBELIÓN y se los daba
cuando iba por el pan.
Podría rellenar un libro con lo que Mariam me contó en el curso de unos
cuantos años. Voy a traer aquí solamente un suceso que tuvo lugar a los
tres días de estar ella en un pueblo, no recuerdo el nombre, cerca de
Jerusalén, a principios de agosto de hace tres veranos, el cual, por sí
solo, podría llenar varios tomos de una historia universal de la
infamia:
<<Era mi tercera noche en la casa de mis padres. Sobre las
diez de la noche, yo estaba en la terraza de la cocina, viendo cómo un
niño de unos once o doce años, cambiaba una bandera israelí, que
colgaba sobre la puerta de un edificio, por una palestina. Desde hace
tiempo, las banderas palestinas están prohibidas y, por las noches, los
chicos las cambian. A éste lo pillaron los soldados. Lo pillaron y,
entre juegos, voces y risas lo quisieron obligar a besar la bandera
israelí y pisar la de Palestina. El niño hizo todo lo contrario: besó
la bandera palestina y pisoteó la israelí. Se lo llevaron a rastras a
su casa. Vivía unas puertas más arriba que nosotros. Unos minutos más
tarde, no se cuántos, oí un disparo. ¿Sabes lo que habían hecho los
soldados? Habían subido al niño a su casa, habían sentado a sus padres
en un sillón, y lo habían tumbado a él encima de las rodillas de sus
padres Y le pegaron un tiro en la cabeza.
No me pidas que te cuente más historias de Palestina. He visto muchas
cosas y muchas de ellas no he podido evitarlas, porque me apuntaba un
M16 a la cabeza. La vida de un palestino vale muy poco>>.
Hubo un momento, ya ella de regreso, en que, en nuestras
conversaciones, pretendíamos desentrañar la raíz del comportamiento de
los israelíes. Una gente que, habiendo sufrido un holocausto que
finalizó en 1945, inició, sólo tres años más tarde, la serie de rapiñas
y crímenes que habría de desembocar en otro holocausto más infame, por
su carga atroz de cinismo e hipocresía, su desafío casi burlesco a los
organismos internacionales y a la comunidad internacional, su abuso de
la fuerza: poseen el tercer ejército del mundo y, a donde no llega su
poder, cuentan con la ayuda de los Estados Unidos. Los lectores de
Rebelión saben bien que Israel ha desatendido unas cincuenta
resoluciones condenatorias de las Naciones Unidas, todas ellas salvadas
por el veto norteamericano.
Los palestinos son primos hermanos de quienes ahora los despojan y los
matan. Son descendientes de los judíos que se quedaron en Palestina,
tras la catástrofe del año 70, y que después se convirtieron al Islam.
Los propios historiadores judíos han demostrado que nunca hubo la
durante siglos pregonada diáspora, una más de las falsificaciones que
el sionismo ha hecho de la historia. Han vivido en esa tierra durante
más de dos mil años y, por lo tanto, son sus dueños naturales. Lo han
hecho bajo sucesivas ocupaciones –romana, bizantina, otomana, inglesa.,
pero siempre como un pueblo y hasta teniendo algunos cargos
administrativos. Las etapas del despojo que comenzó con la Declaración
Balfour son de sobra conocidas por quienes se interesan por este tema.
Su empeoramiento sistemático culminó, en lo político, en la cumbre de
Oslo. Su horror desde el punto de vista humano, en el auténtico
genocidio del año pasado en Gaza. En Oslo, los israelíes mintieron con
bellaquería ante Yasser Arafat, con quien, teóricamente, iban a Pactar
un reparto del territorio -en principio, por cierto, mucho menos
equitativo y más perjudicial por tanto para los palestinos que el que
llevara a cabo una incipiente ONU a mediados del siglo XX y que en más
de sesenta año nadie se ha atrevido a hacer cumplir. Engañado o porque
no tuvo otra opción, Arafat firmó un acuerdo que implicaba el
reconocimiento del Estado de Israel pero que nada decía respecto a los
problemas más importantes: Jerusalén, los refugiados, los asentamientos
israelíes, la seguridad, las fronteras exactas.... A Israel le importó
muy poco lo que firmaba: el mismísimo día siguiente se olvidaba de lo
pactado sobre Gaza y Cisjordania y consentía nuevos asentamientos
colonialistas, y continuaba hostigando a los palestinos con controles
que les hacían y le hacen imposible desplazarse, carreteras para los
ocupantes y otras peores para los ocupados, continuas prohibiciones
para la entrada en los territorios mencionados de las ayudas
internacionales, y hasta de las medicinas más imprescindibles, un muro
de separación, y, en general, todo cuanto se deriva de una auténtica
política de apartheid. Y apenas tuvo una excusa, como un atentado en
Hebrón el 18 e noviembre de 2002, declaró nulos e inválidos los
acuerdos de Oslo, mientras su presidente de entonces, Ariel Sharon,
llamaba a la comunidad judía a extenderse por la zona.
¿Por qué tanta mentira, tanta maldad? nos preguntábamos. ¿Por qué tanta
injusticia disfrazada, producto no de una mente enferma aislada, sino
de un amplio grupo, que no ha dejado de incrementarse desde que, a
finales del siglo XIX, Theodore Herltz fundó el sionismo? A los
habitantes de la tierra que ellos sostenían que les había donado Dios
en propiedad no los tuvieron nunca en cuenta. Algunas frases de los
propios líderes sionistas así lo demuestra:
--Tenemos que expulsar a los árabes y ocupar su lugar (David Ben Gurión)
--No puede haber sionismo, colonización ni estado judío sin la
expulsión de los árabes y la expropiación de sus tierras. (Ariel Sharon
a la Agencia France Press, el 15 de noviembre de 1998)
--La partición de Palestina no es justa. Nunca la aceptaremos. Eretz
Israel será restituido al pueblo de Israel. Todo él y para siempre
(Menahem Beguin)
--No existe un interlocutor palestino para una negociación (Ariel
Sharon)
--He creído siempre en el eterno e histórico derecho de nuestro pueblo
a toda esta tierra. (Ehud Olmert, ante al Congreso de Estados Unidos el
30 de junio de 2006)
--No existe nada que se pueda considerar un estado Palestino. Nosotros
podemos llegar, echarlos y ocupar el país. (Golda Meir).
-Jamás consentiremos un estado palestino (Netanyahu, muy recientemente)
Y, muy recientemente también, yo mismo he oído a un colono de
Cisjordania –minúsculo territorio supuestamente palestino después de
Oslo, decirle a un reportero de televisión: Nunca nos iremos de aquí.
Esta tierra nos la ha dado Dios.
Y, si se la ha dado Dios y al nivel de ciertas mentalidades, ¿quién lo
va a discutir?
¿De dónde? ¿De dónde y de qué filosofía podía venir tan fría maldad,
tan venenoso desprecio por los otros, semitas como ellos? Tras rellenar
algunos folios con la intención de explicarme en un breve ensayo, creo
que terminé diciendo lo que intentaba decir en el siguiente poema, que
titulé CLAMA EL PROFETA:
Si no conoces el poema puedes encontrarlo aquí.
Israel, si no desaparece, porque deje de contar con la ayuda de los
Estados Unidos –circunstancia más bien impensable- jamás consentirá un
Estado palestino. Asombra que todavía se hable tan profusamente, en los
medios de comunicación y en los foros internacionales, de proceso de
paz, de hoja de ruta, de reuniones entre el gobierno israelí y la, más
que débil, entregada Autoridad Palestina, al cabo de más de sesenta
años desde que la ONU decretara una partición injusta, pero, al fin y
al cabo, partición. Todos los intentos los frustra Israel, y lo seguirá
haciendo. La voluntad sionista de quedarse con todo el territorio
palestino, más trozos de Siria y del Líbano, para fundar el Gran
Israel, el Israel bíblico, la han manifestado sus líderes con tanta
claridad, como hemos visto, que parece mentira que todavía haya quien
se llame a engaño. ¿No es de general conocimiento cómo Israel llevó a
cabo una auténtica masacre en Gaza, reconocida como tal por la ONU –el
informe Goldstone- que lo declara culpable de crímenes de guerra y de
crímenes contra la humanidad y no pasa nada? ¿No ha sucedido que, a lo
largo de más de medio siglo, el máximo organismo internacional ha
dictado cincuenta resoluciones condenatorias del gobierno sionista y
éste ha seguido haciendo lo que le ha venido en gana, pues sabía que,
al final, el veto USA le libraría de cualquier condena? ¿Quién puede
esperar nada de un encuentro del ultraderechista Netanyahu con Mahmud
Abbas –luego de ponerle, por ende, condiciones inaceptables-, si ya se
sabe lo que pretenden?
Lo que quise resaltar sobre todo en el poema –creo que se ve
claramente- es la infinita maldad de las fechorías que cometen algunos
hombres creyentes, en nombre de SU Dios. Si consideramos lo que
piensan, desde su fe, lo que es ese Ser que nadie ha visto, pero que,
según ellos, ha creado el mundo, lo sostiene providencialmente y ha
movido la historia, resulta tremendo lo que hacen y, por supuesto,
contradictorio. Pero eso es propio de todas las religiones. Considérese
lo que han sido las religiones a través de la historia. Todas, todas
han traído para el ser humano un cúmulo de crímenes y de desgracias,
muy especialmente la judía. Aquella acertadísima opinión de Feuerbach,
irrebatible a mi juicio a la vista de la realidad y el estado de los
conocimientos, de que las cosas no han sido como se suele afirmar, sino
que ha sido el hombre el que ha creado a Dios a su imagen y semejanza,
alcanza una clara confirmación en lo que los cristianos llaman Antiguo
Testamento, esto es, la historia del judaísmo (y adrede no digo “pueblo
judío”, porque, de una vez por todas, el profesor Shlomo Sand, judío,
profesor de Historia Contemporánea en la universidad de Tel Aviv, ha
demostrado que nunca ha existido un pueblo judío; el judaísmo es una
religión. He manejado la traducción francesa: Comment le peuple juif
fut inventé, París, Fayard, 2008). Quien quiera asegurarse de que es
verdad lo que digo, sin necesidad de espigar, entre otros “sucesos”,
aquellos especialmente aborrecibles, tiene a su alcance, desde hace
poco, un libro de José Rodríguez, actualmente profesor del Instituto de
Formación Continuada de la Universidad de Barcelona: Los pésimos
ejemplos de Dios según la Biblia, Temas de Hoy, Madrid, 2008. En él se
puede enterar el lector, con todas las garantías de unas citas que
pueden fácilmente comprobarse, que Jahvé bendijo profusamente a
tramposos, cobardes, mentirosos, adúlteros, ladrones, y sobre todo
justificó, cuando no decretó, los robos de tierra y las matanzas
perpetradas por su “pueblo elegido”, para apoderarse de lo que no era
suyo. Fechorías que culminaron con la “conquista” de la tierras de
Canáa, la actual Palestina, que, por cierto, no fue suya desde siempre,
como pregonan hoy, sino sólo durante los ochenta años que duraron los
reinados de David y Salomón, si es que estos personajes no son también
legendarios, como opinan algunos.
Las religiones son sucesos culturales, creación de unos hombres para
dominar a otros hombres a través de la manipulación de sus conciencias.
Todas tienen puntos en común y discrepancias, según la cultura en que
nazcan y se desarrollen. La religión cristiana no es especial. Es una
más de entre el grupo de religiones mediterráneas. Y, por supuesto, es
un sincretismo. No se puede sostener seriamente que la fundó o inspiró
un Dios bajado a la tierra. El Concilio Vaticano II decretó
-constitución Nostra Aetate-, que todas las palabras de la Biblia no es
que estén inspiradas, es que son como si tuvieran a Dios por autor. Y
entonces va uno y lee el Tao Te King, el Zend Avesta, los Upanishads,
el Corán y no son inferiores ni en la forma ni en el contenido a lo que
ha escrito Dios. Y no digamos ya el “Así habló Zarathustra”. De todas
las religiones, el judaísmo es la más claramente diseñada a la medida
de los intereses de un pueblo. Y lo seguirá siendo. Y que de esa
descarada teocracia se diga que es la única y acreditada democracia de
Oriente Próximo y Medio no constituye sino el mayor sarcasmo proferido
por una sociedad caracterizada por la mentira y la hipocresía.
Malvenidos al renamuriento
La
novela española se ha desintelectualizado. ¿Quién la intelectualizará?
Los escritores del sistema, los que escriben, o procuran escribir,
bestesellers, desde luego, no. Los profesores universitarios y los
críticos literarios, menos.
Hace poco, me invitaron a dar una charla sobre “la novela y las
novelas” en uno de esos llamados “talleres de literatura”. Antes de
iniciar la que ellos llamaban, en las papeletas de convocatoria,
“lección magistral”, quise saber algo sobre la preparación de aquellos
jóvenes de uno y otro sexo aspirantes a escritores. Y entonces fue la
abominación de la desolación, que diría el profeta. Salvo dos chicas,
¡ni uno solo había leído el Quijote! ¡Todos! ignoraban qué era la
novela picaresca. De la gran novela del XIX hablaban de oídas, menos
una de las dos chicas, que había leído Rojo y negro, traducida, “y
había iniciado La Regenta, “que había terminado de conocer por la serie
de televisión”. Tampoco sabían nada de los colosos del XX, salvo –la
misma chica- una obra de Hemingway, “de cuyo título no me acuerdo”.
Sólo –todos- hablaban con soltura de lo reciente, que por lo visto no
tiene para ellos antecedentes: los grandes bestsellers mundiales del
tipo El código da Vinci, y los productos de la cuadra de
Prisa-Alfaguara y compañía, como Anagrama, Tusquets y Espasa. Y
Planeta, claro. De Grecia y Roma, nada. De Oriente, nada. De los
clásicos, nada. Absolutamente nada también de la poesía de cualquier
época. Pero todos tenían en la cabeza una novela sobre la otra mano de
Fátima, el Santo Grial, el hijo de Nostradamus, Los piratas del Mar
Negro, En busca del Arco Iris… No sabían quienes eran Dante ni
Petrarca, pero sí Almudena Grandes y Javier Marías, “que salen mogollón
en El País”. “Y Pérez Reverte, “que lo han nombrado académico y por
algo será”. “Yo me estoy preparando para escribir sobre el Gran
Capitán, anunció uno, como una especie de Alatriste”. La abominación de
la desolación. La gran catástrofe, que diría Alexis Zorba.
Nadie sabía allí lo que era la literariedad. Ni distinguía una novela
de un relato. Ni se había asomado a la Historia Universal, ni a la
Filosofía ni a la Física Teórica. ¿Tengo que añadir que tampoco a la
Gramática ni a la Lógica? Composición, forma de presentación de la
realidad, elipsis, elusiones, alusiones, literariedad, perspectivismo,
contraste, tiempo y tempo, monólogo interior, extrañamiento… eran
conceptos que nada les decían. Claro que tampoco dicen nada a Muñoz
Molina, Pérez Reverte, Almudena Grandes, Marsé, Ruíz Zafón…
Ha habido momentos en la historia –y en la prehistoria-- en que la
humanidad ha traspasado lo que Gehelen llamó –y Hans Sedlmayr aplicó a
la historia del arte- “un nivel absoluto de cultura”. Este filósofo de
la historia, profesor en las universidades de Viena, Munich y
Salzburgo, nos ponía varios ejemplos muy claros, de los cuales sólo
recuerdo uno: el del paso del paleolítico de los cazadores al
neolítico de los agricultores. Por si acaso no entendí bien el
concepto, o no lo abarqué en toda su amplitud, simplemente me atrevo a
preguntar si no se traspasó un nivel de cultura –aunque no fuera
absoluto-, con el fin del Antiguo Régimen y el advenimiento de la
Modernidad.
En el siglo XX, y coincidiendo con el cambio de paradigma que habían
propiciado la Teoría de la Relatividad y la Mecánica Cuántica,
aboliendo la visión del universo de Isaac Newton y otorgando una nueva
configuración a los absolutos clásicos -espacio, tiempo, movimiento-,
las artes, y muy especialmente la novela y la pintura, experimentaron
cambios sustanciales que, en el caso de la primera, le posibilitaron el
acceso a la categoría de obra de arte literario, que no había tenido
hasta entonces, como con rotundidad había señalado Paul Valéry. “La
novela no forma parte del arte literario por su prosaísmo
antiartístico”, decía el autor de El cementerio marino. Antes, los
neoclásicos se habían negado a alinearla junto a los géneros literarios
más nobles, como la epopeya y la tragedia.
Nuestros periodistas, críticos literarios y profesores de literatura se
mueven en un caos muy parecido al de los “estudiantes” del Taller.
Ellos sí conocen y sí han leído lo que los “meritorios” ignoran. Pero
no saben dónde colocarlo sin autoexcluirse de la monarquía de las
letras. Ni saben hacia dónde mirar para mantener sus respectivos
estatus sin enfadarse con nadie o, mejor dicho, sin que nadie se enfade
con ellos. Y como lo que manda desde hace tiempo en el campo que
anteriormente ocupaba la cultura es la industria del libro, a ella se
someten. Saben que si quieren continuar “vigentes”, económica y
mediáticamente hablando, tienen que aceptar las normas del
Sistema. Se habla de industria cultural, pero lo que manda, lo
que define, es solamente la industria. ¿Se ha traspasado algún umbral
significativo con el derrumbe del arte y la literatura serios y la
sustitución del espíritu y la mente por el reconocimiento
mediático y la ganancia? En cualquier caso, el resultado es la
desaparición de los intelectuales y los artistas, eclipsados por los
diletantes y los mercaderes.
¿Dónde están los escritores comprometidos como aquéllos de los años
medios del siglo XX? Ahora no los hay. Ni los más interesados quieren
que los haya. Es decir, ni los que podrían serlo quieren serlo. A Muñoz
Molina, uno de los escritores más incompetentes, pero más valorados, de
la actualidad, le he leído decir, citando a un escritor sudamericano
que no recuerdo, que “quien quiera lanzar un mensaje ponga un
telegrama". Añadiendo que los tiempos han cambiado respecto a la pasada
centuria y que ahora no hay temas con los que comprometerse.
Seguramente lleva razón. Porque las guerras agresivas del Imperio, el
holocausto palestino por Israel, el ecologismo, el feminismo, la droga,
la situación infrahumana de los africanos, no son evidentemente temas
para preocuparse ni comprometerse. Cuando haya otra guerra en
Vietnam y se convierta en moda criticarla, ya será cosa de pensárselo.
Les pasa igual con la forma de estado: serán monárquicos hasta que les
convenga ser republicanos.
Hace unos días, respecto a aquél en que redacto este artículo, se
publicó en el diario El Mundo (18 de agosto de 2009) una entrevista al
fabricante de bestsellers Carlos Ruiz Zafón, anunciada en la primera
página del suplemento con el reclamo: Ruiz Zafón arremete en Edimburgo
contra “los policías de la alta cultura”, y titulada en la página 4:
Ruiz Zafón contra la “alta cultura”. Es de preguntarse por qué un
escritor, por pésimo que sea -y el que nos ocupa es espantoso--,
clama contra la alta cultura. Leída la entrevista, pienso que porque le
enrabieta haber sido clasificado donde lo ha sido. Es evidente que a él
le habría gustado vender millones de libros y además ser considerado un
gran escritor. Como ya ha comprendido que eso no va a ocurrir, la
emprende contra la cultura, contra las novelas serias, contra todo lo
que él no es ni practica, enarbolando “razones” tan analfabetas como
ésta:
-“…no existe algo a lo que se pueda denominar ‘buena literatura’, sino
que únicamente existe el hecho de escribir bien y de escribir mal”. No
cabe mayor simplismo. Sólo en una cabeza absolutamente hueca se puede
incubar semejante monstruosidad. ¡Lo que es la falta de ignorancia!,
que diría Cantinflas. Pues si, como dicen, La sombra del viento, el
engendro firmado por el autor del dicho disparate, se ha convertido en
el libro español más vendido después del Quijote, no nos queda otra
opción que hacer rogativas.
En un nuevo alarde de no saber de qué estaba hablando, contraponía la
“literatura” que él practica a ¡la erudición! Añadiendo que “haber
establecido una diferencia entre la erudición o alto nivel intelectual
y la cultura de nivel popular es el mayor fraude cultural del siglo
XX”. Ya dijera lo que dice, ya dijera lo que parece que dice, ya dijera
lo que no quería decir, ya dijera lo contrario, expelió una chorrada
memorable, sólo explicable desde una carencia total de fundamentos
culturales.
Luego parece que se habla a sí mismo, aunque sin entenderse: “yo, por
mi parte, no estoy en absoluto interesado en tener a mi lado una
especie de pensamiento policial, totalmente esnob, que me vaya
diciendo, a cada momento, lo que es bueno o lo que es malo”. Según el
entrevistador, Ben Hoyle, Zafón lo que hacía, o quería hacer, en esa
entrevista, era defenderse del ataque indirecto de Jonathan Mills,
director del Festival de Edimburgo, quien había dicho que estaba
seriamente preocupado sobre lo que podía ocurrir “si, como sociedad, lo
único que sabemos hacer es entretenernos, en lugar de satisfacer
cumplidamente nuestras necesidades espirituales, intelectuales y
emocionales.”
Su pobreza de ideas, el ridículo concepto que tiene el vendedor de
libros de la literatura en general y de la novela es particular,
se refleja en estas palabras: “Para mí, el arte estriba exclusivamente
en su ejecución y no en sus pretensiones”. ¿Habrá leído Zafón
algo sobre estética literaria? ¿Sobre teoría de la literatura? Sin
duda, no. En largo párrafo final demuestra que, para él, en literatura,
todo se reduce a escribir bien o a escribir mal.
Otra contestación que recibió el ufano superventas le llegó de la
novelista británica Rose Tremain, quien afirmó que, en la argumentación
de Ruiz Zafón se ignoraba la significativa diferencia existente entre
“los libros escritos con el único propósito de entretener y la ficción
seria que se encuentra más allá del mero hecho de relatar una historia,
aquella que, además, intenta hacer pensar al lector sobre la condición
humana”.
Lo he escrito más de una vez: el escritor español, como el crítico
literario, como el periodista, como el profesor de literatura, también
como el lector, parece como si tuviera alergia a pensar. “Yo no estoy
aquí para pensar ni para hacer pensar”, parece decir el “novelista”,
sino para contar una historia. Que Ruiz Zafón abomine del
intelectualismo no sería especialmente grave si no fuera porque los
críticos del sistema lo arropan y sitúan entre los escritores de
verdad, portadores de una misión, como quería Nietzsche. Pese a todo,
no sería especialmente grave. Que lo haga Juan Marsé, un novelista
sobrevalorado por una crítica que sobrevaloró también a Juan García
Hortelano y a Miguel Delibes, a Salinas y a Ferres, mientras dejaba
fuera de su atención a superescritores de talla europea como Antonio
Risco, Juan Ignacio Ferreras, Carlos Rojas, José Luis Acquaroni, Andrés
Bosch, José Tomás Cabot, José Vidal Cadellans, Manuel San Martín,
Antonio Martínez Menchén, Fernando Gutiérrez, Antonio Prieto,
José María Castillo Navarro, José Mª Vaz de Soto, Antonio Zoido, José
Luis Castillo Puche y, durante mucho tiempo, a Gonzalo Torrente
Ballester y Álvaro Cunqueiro, junto a los que hay que poner a los sí
atendidos, aunque no lo suficiente, Juan Goytisolo y Alfonso Grosso, lo
es bastante más. Sobrevalorado, decía, y apadrinado por la crítica
oficiosa, que durante años ha exigido –hasta conseguirlo-- para él el
Premio Cervantes, un premio político, sí, pero de impacto en el
público, con el que el Ministerio de Cultura refrenda cada año su
vulgaridad y su convencionalismo.
En su discurso de aceptación de dicho premio, dijo Juan Marsé, haciendo
dejación de cualquier compromiso ético o estético del novelista con la
novela: “Para la famosa pregunta: ¿qué entendemos hoy por novela?,
dispongo de mil famosas respuestas, que nunca […] me han servido de
gran cosa.”. Apuesto el brazo que no perdí en Lepanto a que no sólo no
tiene mil, sino que no tiene ninguna. Bastaría con que tuviese una.
Después del paso por la literatura de la gran novela del siglo XX –el
siglo más sabio de la historia-- ningún verdadero escritor puede dejar
de tener su propia concepción del mundo ni su propia teoría de la
novela. El que no las tenga no será un escritor, sino, como ellos
mismos se declaran –lo han hecho, respondiendo a entrevistas leídas por
mi, Pérez Reverte, Muñoz Molina, Almudena Grandes— profesionales de la
escritura. A su propósito, habría que recordar lo que decía Nietzsche:
“Tomar por una profesión el estado de escritor hay que tomarlo, cuando
menos, por una forma de estulticia”.
El laureado Marsé confiesa no tener ni una concepción del mundo ni una
teoría de la novela, y añade: “no me considero un intelectual,
solamente un narrador”. Penoso. En el texto con que contribuyó Colin
Wilson al Manifest de los angry young men, dijo: “El escritor
representa la más elevada conciencia de la época y trata de extender
esa conciencia a otras personas”. Julio Cortázar se apuntó a esta
postura cuando escribió: “La novela antigua nos enseña que el hombre
es: la novela de hoy -1950- se preguntará su por qué y su para qué”.
“Los grandes novelistas, resumió Albert Camus, son novelistas
filósofos”. Exactamente lo que no quiere ser Juan Marsé, con el aplauso
de la crítica que lo ha aupado, para desdicha de la literatura española
de principios del milenio.
Viví con intensidad aquella ebullición del género novelístico que se
prolongó hasta el 68, cuyo espíritu contribuyó a impulsar en buena
medida. Podría aportar cientos de testimonios, que he conservado, de lo
que entendían era el papel de la novela los novelistas y los
críticos; testimonios que quitarían el sueño a Marsé y sus acompañantes
o sucesores: los que más suenan hoy, interesados todos en contar una
historia, en entretener y en vender. Voy a aducir solamente unas
palabras de Maurice Nadeau en su libro Le roman français depuis la
guerre (Gallimard, París, 1963): “Por una evolución natural, la novela
ha pasado de la descripción enciclopédica (del mundo o de las pasiones)
a la apropiación moral, poética, filosófica o metafísica de este mundo
por un individuo privilegiado: el autor […] del que “más que su
creación, es su visión personal lo que nos importa, la expresión
original y verosímil que, a través de su obra, nos da del universo y de
las relaciones que mantiene con él”.
Arrastrados por la corriente de fango de la industria cultural, ya en
los años finales del siglo XX, los novelistas vinieron a ser
simplemente esos “contadores de cosas” que la crítica bautizó porque
sí, ignorando la realidad anterior de, por ejemplo, la llamada “novela
metafísica”, como “nueva narrativa” –nueva ¿por qué?--, para colmo sin
originalidad, en que se han convertido con el beneplácito de una
crítica y una cátedra cuyos ocupantes se preocupan más de salir en los
medios y ganar dinero que de la literatura. A esa “nueva narrativa” la
adornaron con las virtudes –que nunca tuvo- del cosmopolitismo, frente
al realismo anterior, y el democratismo (¡!) producto de las nuevas
circunstancias, aparte de llegar más a los lectores. A uno de los
críticos más falseadores de la verdad, por incompetencia o por
“política”–junto con Rafael Conte, Darío Villanueva, Santos Sanz
Villanueva, Ignacio Echevarría, Miguel Ángel Rojo, Ayala Dip, Jordi
Gracia, etc.- Miguel García Posada, le produjo un ataque de nervios la
afirmación de Mario Vargas Llosa, en una entrevista, de que la crítica
española que se inaugura con la transición “no posee el rango
intelectual que tuvo la de los cincuenta y los sesenta”. Y no sólo eso,
sino también que la de ahora “está al servicio de las grandes
editoriales y practica sistemáticamente el amiguismo y el enemiguismo”.
Aquella visión del universo de que hablaba Nadeau a mediados del siglo
pasado ya sabe el lector en qué se ha convertido en los libros de Muñoz
Molina, Antonio Gala, Almudena Grandes, Maruja Torres, Pérez Reverte,
Javier Marías, Juan Manuel de Prada…: en la visión del barrio o de la
familia del autor. Compárese el contenido de las citas de autores del
siglo XX que he aducido con lo que decía también Marsé sobre su
“oficio”, en el discurso que todos los medios de comunicación
calificaron de brillante: “Con respecto al trabajo mantengo algunos
principios, pocos, que bien podrían resumirse en dos: procura tener una
buena historia que contar, y procura contarla bien, es decir,
esmerándote en el lenguaje; porque será el buen uso de la lengua (lo
que decía Zafón, recordémoslo), no solamente la singularidad, la bondad
o la oportunidad del tema, lo que va a preservar la obra del moho del
tiempo”. Me rasgo las vestimentas. Y esto lo dijo en presencia de los
representantes de la supuesta España culta –del Rey abajo, todos-- y no
se quemaron asientos ni se hicieron disparos ni nadie pidió la cabeza
de nadie. Es escandaloso que un escritor tenga una idea tan paupérrima
del quehacer del novelista:
Los dos, Ruíz Zafón y Juan Marsé, que, como el primero, se declaraba
“amante incondicional de la fabulación” en el discurso comentado,
reducen la bondad de la novela, un género altamente complejo, al
interés de la historia y a la bondad del lenguaje, que por cierto
tampoco es lo que ellos ejercitan. Y es el caso que ninguna de las dos,
ni la fábula ni el lenguaje, son elementos esenciales, desde el punto
de vista de la estética literaria, de la novela. Son los elementos de
composición, que antes he enumerado, los que le otorgan su densidad
ontológica y estética. Dostoievski, Zola, Flaubert, Leopoldo Alas y
muchos otros, en el siglo XIX, ya tenían una idea más seria del “mester
de novelista”.
Me he preguntado muchas veces, sin acertar a darme una respuesta, por
qué la inmensa mayoría de los críticos literarios y los profesores de
literatura españoles –y, con ellos, los lectores--, junto a su alergia
al pensar a que ya me he referido, profesan tan grande apego a los
escritores costumbristas castizos, como Cela, Umbral, Muñoz Molina,
Almudena Grandes, etc. y a los yo llamaría costumbristas provincianos,
para que se me entienda: los Miguel Delibes, García Hortelano, Marsé, y
también etcétera. Tanto apego al costumbrismo de uno u otro signo como
rechazo al intelectualismo, a las ideas. Diríase que renuncian, en
favor de un extraño “patriotismo”, al europeismo, al universalismo a
que debe aspirar todo artista.
No es de extrañar que, en un panorama como el dibujado, fuese acogido
con alborozo un personaje tan vacío intelectualmente y tan
descomprometido ética y estéticamente como Arturo Pérez Reverte, quien
no se cansa de pregonar sus principales méritos, que consisten en
tener muchos lectores y ganar mucho dinero: refrendo, para él, de su
categoría literaria. En la onda de Zafón y Marsé, pregona Reverte, en
volandas de los críticos, que la novela estaba secuestrada por los
Joyce, Faulkner, Hesse, Mann, Virginia Wolf, Camus, Steinbeck, Huxley y
demás maestros del siglo XX –los que de verdad renovaron el género en
lo ético, lo intelectual y lo estético--, hasta que ha venido él a
rescatarla. Una revolución, una auténtica revolución del género, que él
ha podido llevar a cabo simplemente imitando torpemente a Dumas, Walter
Scott, etc. como ha comprendido muy bien el profesor José Belmonte, que
ya ha organizado, jaleado por Marsé, Alfonso Ussía, Jordi Gracia y
Darío Villanueva, entre muchos, como los que voy a nombrar, dos
congresos a su paisano en la Universidad de Murcia; congresos en los
que se ha llegado a la conclusión de que Reverte ha renovado y
revolucionado la novela. José Belmonte, junto con José Carlos Mainer y
Gregorio Salvador, también catedráticos, y Francisco Rico,
profesor de Literatura Medieval en la Universidad Autónoma de
Barcelona, son los principales valedores de éste que, con Javier
Marías, también del sumo gusto de los mentados, constituye uno de los
dos grandes fraudes que han cometido los medios y las editoriales, como
han demostrado los críticos del Centro de Documentación de la Novela
Española, pues ambos son (sendos son, diría Marías) tan incompetentes
como risibles. Ver los Cuadernos de Crítica publicados por el dicho
Centro.
Impulsado por sus ansias de universalidad doméstica, Reverte,
recordando sus disfrutes de lector juvenil poco exigente, decidió
dedicarse a cultivar un tipo de novela como la que hacían los
entreguistas del siglo XIX, decisión que contó con las bendiciones de
una crítica y una cátedra cansadas, como Zafón y Marsé, de la
literatura seria, esa que obliga a pensar, esa que es algo más que
entretenimiento. Fue otro profesor universitario, Darío Villanueva,
quien con más énfasis saludó, siguiendo los pasos de Belmonte, la
llegada redentora del epígono de Fernández y González, Walter Scott,
Alejandro Dumas, etc. Y ello después de despotricar contra el más
importante movimiento de renovación estética de la novela, el nouveau
roman francés o escuela de la mirada, que ha habido en la historia. Él,
José Belmonte y, a su rueda, los demás críticos y profesores antes
nombrados, han pregonado que quien no es más que un fabricante de
aburridos pastiches es el mejor novelista español actual. ¿Sabrán ellos
lo que quiere decir novelista?
En el panorama literario español inaugurado con la llamada Transición y
la irrupción de la industria cultural, de inspiración yanqui, se han
cometido muchos engaños. (El lector que quiera tener cumplida
información sobre ellos puede acudir a mis libros El País: la cultura
como negocio (Txalaparta, Tafalla, 2006) y La gran estafa: Alfguara,
Planeta y la novela basura, Vosa, Madrid, 2005). Los dos más grandes
fraudes, repito, haciendo creer a los lectores, mediante la publicidad
indirecta –nombrándolos académicos, por ejemplo; fotografiádolos junto
a Saramago; manteniéndolos continuamente en las páginas literarias-- y
el marketing, que Javier Marías y Arturo Pérez Reverte son grandes
novelistas, cuando no son ni siquiera novelistas. Ambos escriben
relatos, nunca novelas. Quedó demostrado en los citados Cuadernos de
Crítica del CDNE, que, por ende, mostraron también que eran personajes
ridículos, que hacían reír sin quererlo, con sus vaciedades, sus
chistes involuntarios y sus torpezas idiomáticas.
Causa asombro que ni un solo crítico literario se haya preguntado por
qué Javier Marías ha escrito absolutamente todas sus “novelas” en
primera persona. ¡Cuidado! Yo no digo que no se deban escribir
narraciones en primera persona, como me ha achacado por ahí alguna
imbécil. Las conozco geniales. Yo he escrito tres de ellas. Pero en
primera persona se escriben relatos, no novelas, a menos que se tenga
el talento del Pérez Galdós de Lo prohibido. En el caso de Javier
Marías, está claro que de lo que se trata es de su total incapacidad
para levantar ese segundo mundo –vida posible fingida, decía Andrés
Bosch- en que consiste una novela. Si a esto añadimos que no sabe hacer
diálogos, que no crea personajes, que no dibuja ambientes, nos
encontramos con la clase de gran novelista que es.
En el caso de Pérez Reverte, no les bastó con “nombrarlo” gran
novelista. Para esta partida de agentes de publicidad, el Conde de
Montecristo, como le llaman en algunas webs juveniles, es un clásico
(sic). Fue José Belmonte el primero que lo afirmó, después de
equipararlo con Cervantes (El País, 24 de enero de 2003), sin duda
porque un clásico es para él quien sitúa la acción de sus relatos en el
siglo XVII y trata de imitar el lenguaje de entonces… Con poco éxito,
por cierto, porque en el CDNE le han pescado docenas de anacronismos.
En cualquier caso ¿cómo va a ser clásico un epígono fabricante de
pastiches? Años después, Francisco Rico, que fue quien contestó, con un
discurso delictivo, al de ingreso de Marías en la Academia (V.
Cuadernos), ha centuplicado el disparate en un artículo, Alatriste: el
clásico, los clásicos (Babelia/El País, 23 – 05 – 09), que a ráfagas
parece, como el discurso, una tomadura de pelo al beneficiado. Como no
tiene por qué serlo, pues es buen amigo de ambos, puede decirse que se
trata del artículo más irresponsable y menos razonado de los tiempos
modernos. Rico, cervantista, académico, catedrático, hombre de mundo,
comunica siempre la impresión de que se cree que sabe más de lo que
sabe. Y de que se autoadmira como ocurrente. A veces, hasta se deja
caer con unos sonetos espantosos y pseuingeniosos, como diciendo: “ahí
va eso, de propina”. Ignoro si se trata de un juego intelectual o si de
verdad cree lo que dice. El caso es que se nota que disfruta haciendo
juegos de manos, intentando sacar jugo de donde no hay nada, como es la
tontería que Javier Marías explayó en su discurso, como es el
clasicismo de Reverte.
Tanto en el discurso de contestación al que he aludido, como en el
artículo sobre el “clasicismo” revertiano, se empeña, sin resultado,
en justificar lo injustificable. Un comentario al discurso lo
puede encontrar el lector interesado en el Cuaderno de crítica nº 18.
Del tan sofisticado como inútil artículo paso a ocuparme ahora.
“Pérez Reverte es un clásico”, pero él, don Francisco, además de
afirmarlo, va a decir por qué, pues “lo es por más de una razón”. Digo
yo: si hace esta afirmación un especialista en el Quijote, ¿qué va a
decir el pobre y analfabeto lector español? Así es como empieza a
hacer daño la venalidad y falta de honradez intelectual de esta gente.
La primera razón es que ha creado un personaje que, como ya afirmó José
Belmonte, es a su autor lo que don Quijote es a Cervantes (sic).
¿Desde cuándo es Alatriste un personaje? En todas las novelas de
Reverte hay nombres que aluden a personas, pero no a personajes.
Alatriste no está caracterizado en ninguna de las “novelas” de Pérez;
no es más que un portavoz del autor que pasea y comenta mucho más que
combate, y que sirve a éste para expeler su patriotismo testicular e
infantiloide. Y que se pasa todo el tiempo mirando de soslayo,
adelantando el mentón, frunciendo el entrecejo, arrugando la frente,
atusándose el mostacho y haciendo todas las demás muecas que se suelen
encontrar en las clásicas novelas de quiosco. Carece de vida propia.
Es, como he dicho, un portavoz del autor omnipresente.
Dice el inagotable Rico que también es clásico “por la formidable
medida en que el relato de sus aventuras (¿qué aventuras, mon dieu?) se
hace eco de los clásicos españoles por excelencia. La literatura del
Siglo de Oro, en efecto, sigue diciendo, está presente por todas partes
y en todas las formas: aludida, aducida, presentada en acción,
incorporada a la fábula, como trasfondo tácito…”. Pueees… Ya decía yo
que Rico no sabe tanto como cree. Del género novelístico se nota que
sabe poco. Eso que aduce no es una virtud. Eso es un gravísimo defecto.
Eso es antinovelístico. Que un autor de supuestas novelas lleve
consigo, como dice Rico con entusiasmo, “todo el Rivadeneyra” es lo
contrario a lo que debe hacer un escritor de novelas, que lo que tiene
que hacer es asimilar y convertir funcionalmente lo que tiene en la
cabeza, decantarlo, para fingir la vida, no para hacer alarde de sus
conocimientos. Para mí, es evidente que Pérez se atiborra de
documentación sobre la época y sobre las galeras, los vestidos, la
comida, la geografía y la historia de los lugares, etc. y no quiere
desperdiciar ni una coma. Y recarga de tecnicismos marineros, de citas
en verso, de alusiones a sucesos históricos, de descripciones
geográficas etc., su relato, hasta lograr, sin darse cuenta, una
sucesión de estampas de cartón piedra, un documental. No hay ninguna
vida (ninguna idea) en los libros de este hombre, que se debe de creer
un cruzado cuando escribe. Es ridículamente infantil la forma en que
amontona palabras alusivas a los vientos, las partes de la galera, el
mar, los vestidos, las comidas… Palabras que no conocerán ni los
estudiantes actuales de la Escuela Naval, y que el lector normal
igualmente desconoce, por lo que no se entera de nada.
¿Qué dirán Rico y la compaña ante novelas como Los idus de marzo,
Memorias de Adriano, Dios ha nacido en el exilio, La muerte de
Virgilio, María de Magdala, Yo Claudio, Jesucristo y el juego del amor,
Juliano, Todos los hombres son mortales, Perseguid a Boecio, Una mujer
para el Apocalipsis, Heliópolis, Un amor infinito, Auto de fe, Antes
muerto que mudado…Además de clásico, Rico encuentra a Reverte
apasionante. Yo acabo de leer, no sin fatiga, Corsarios de Levante.
Aparte una batalla naval que, de puro atiborrada de documentación,
resulta pesadísima y nada viva, lo demás son paseos por Nápoles,
visitas a amigos, paradas en varias tascas, conversaciones sobre nada,
descripciones del barco. No hay argumento. No hay trama. No hay
aventura.
Me parece grandemente revelador que un profesor universitario ignore lo
que es –debe ser- el lenguaje novelístico y qué dota de clasicidad una
obra. Debió de tratarse de un encargo de la editorial, bien pagado,
para ayudar a vender ejemplares a Alatriste, porque, si no, no se
explica que un profesor universitario ponga en juego su prestigio
derramando tantas sandeces e infamias sobre un producto que no
merece que se diga de él lo que afirma.
Tras leerlo, cabe preguntarse: ¿sabe el profesor Rico lo que es una
novela? A mí no me cabe la menor duda de que sabe muchas cosas –cómo se
llamaba el hermano gemelo de Cervantes, qué año se publicó la enésima
edición del Quijote, qué comía los viernes el abuelo de Pérez, etc.-,
pero ¿sabe lo que es una novela? ¿Sabe distinguirla de un relato? ¿Sabe
lo que es un personaje y, por lo tanto, que Alatriste no lo es? ¿Sabe
lo que es un mundo novelístico? Porque es el caso que en los relatos,
que no novelas, de Pérez no hay un mundo novelístico ni, en su
sucedáneo, por tanto, “viven” personajes de ficción. Pérez no es
novelista, señor Rico. De hecho, con su intento de redactar unos textos
con realismo verista, documentalista, de información mostrenca, ni
siquiera es escritor, en el sentido de lo que se entiende que es
un escritor, desde el punto de vista de la estética literaria.
Pérez basa sus relatos no en la creación de un mundo inventado, sino en
la trascripción casi literal de cuanto ha leído en libros sobre una
época y un oficio. Y no crea una peripecia –mucho menos, un argumento
y, menos aún, una trama- sino que prácticamente transcribe escenas
paradigmáticas de, como casi he dicho ya, las personas, el lugar, la
época y el ambiente elegido.
Es seguro que los forofos de Pérez, con José Belmonte, Darío
Villanueva, García Posada, Pozuelo Yvansos, Gregorio Salvador, Jordi
Gracia y Francisco Rico a la cabeza, pese a ser profesores
universitarios de literatura, creen que un personaje novelístico es
simplemente un nombre a cuyo detentador se le achacan determinadas
acciones, sin que las viva, y, como consecuencia de ello, se
representen ante el lector y éste las “vea”, no simplemente las “oiga”.
Por otra parte, todos los supuestos “personajes” son Pérez. Nada los
diferencia, porque piensan igual que Pérez, hablan igual que Pérez,
actúan como Pérez actuaría, exhiben la misma chulería, idéntica
pedantería e igual patriotismo testicular.
El autoproclamado cervantista pronunció el 12 de junio de 1998, en una
entrevista con un redactor de El País, una de las frases más
desgraciadas que jamás ha pronunciado un ser humano: “Lo mejor de la
novela de hoy [en España] es que combina calidad literaria con éxito de
ventas”. Dejando de lado la imposibilidad de que se combinen dos
magnitudes tan heterogéneas, que contemplan el objeto desde puntos de
vista irreconciliables, y teniendo en cuenta sólo lo que es
evidente que quiso decir el sujeto halagador de editores y
pseudoescritores, la verdad es que en aquel entonces, como ahora, para
cualquier amante de la literatura, es exactamente lo contrario. Y ya
entonces lo admitía todo el mundo, menos él, aunque hablando en
términos generales, sin personalizar, sin duda por causa de los
intereses económicos.
Para lo que estoy diciendo aquí, todavía me resulta más útil otra
desdichada afirmación del mismo, porque demuestra que, como sospechaba,
Rico no sabe qué es lo que define una novela. En El País –otra vez, sí;
Rico pertenece a la cofradía del matinal global y dependiente- del 5 de
julio de 2003, dijo y se quedó tan ignorante: “El estilo de la novela
ha de ser transparente como un vaso de agua”. Un vaso de cristal, es de
suponer; porque, si se trata de uno de loza o de cerámica, se va al
traste la transparencia.
Pero, aunque Rico no sea muy claro escribiendo, también en este caso
suponemos lo que quiso decir. Y lo que quiso decir demuestra que ignora
lo que es, lo que debe ser, la prosa de una novela. Cualquier prosa
tiene que ser inteligible, pero, en el caso de la novela, la prosa –no
el estilo, como Rico dice con imprecisión propia de un académico- lo
que tiene que ser, por encima de todo, es funcional. La misión del
lenguaje novelístico es levantar una realidad delante del lector con el
mayor bulto, consistencia y expresividad. Todo lo demás son florituras
líricas o épicas, o documentales. Dicho de otra manera: el lenguaje del
novelista tiene que presentizar, delante del lector, ese segundo
mundo en que consiste la novela.
Al llamar clásico a su amigo, me parece que dice lo que no quería
decir. O quizá ocurra que, tire por donde tire, le acontece decir lo
que es la verdad. Esto es, que lo que hace Pérez, en el mejor de los
casos, no es más que un pastiche de los clásicos.
Con el análisis de estos tres, o quizá cuatro, ejemplos, pienso que he
hecho ver claramente cómo se encuentra la novela española en su
relación con los compromisos éticos y estéticos que debe mantener el
novelista. A los mencionados, podríamos añadir los nombres de Almudena
Grandes, Rosa Montero, Maruja Torres, Elvira Lindo, Rosa Regás, Espido
Freire, Lucía Etcheverría, Muñoz Molina, Antonio Gala, Juan
Manuel de Prada, Juan José Millás y otros reconocidos y amparados por
el sistema. Que sean pésimos escritores y sean tan falsamente
valorados, casi es lo de menos. Lo peor es que han quebrado la
trayectoria ascendente que seguía un género que ellos, con ayuda de los
mencionados críticos y profesores, han devuelto a las cavernas.
Manuel García
Viñó
La Fiera contra el
espectáculo
En otros tiempos,
sólo se conspiraba en contra de un orden establecido. Hoy en día, un
nuevo oficio en auge conspira a su favor.
DEBORD,
G. ,La sociedad del espectáculo
Sabemos
que la caverna de Platón no era más que una alegoría que puso en marcha
el filósofo y que ha hecho fortuna. Los hombres alejados del
conocimiento pasaban su tiempo aherrojados, mirando divertidos las
sombras que se proyectan al fondo de la cueva, convencidos de que
aquélla, y no otra, era la realidad. La filosofía, por el contrario, es
el conocimiento que a través de la razón nos impulsa a recorrer el
camino hasta la salida de la gruta, nos enfrenta dolorosamente a la luz
y hace que reconozcamos la realidad tal como es. Imaginad que
aquella visión de lo real, la de los cavernícolas, se hubiera
objetivado, consiguiendo así sustituir la verdad del mundo y de la
vida por ridículas sombras chinescas: pues bien, esa sería "la
sociedad del espectáculo" que el situacionismo ha venido
denunciando desde su fundación en 1957 hasta su disolución en 1972.
Como diría su principal mentor, Guy Debord, "El espectáculo no es
un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas
mediatizadas por imágenes". Esta sociedad imaginada es la nuestra.
La convergencia entre el
desarrollo tecnológico y el capitalismo avanzado ha hecho posible que
los media
secuestren cualquier otra mediación con el mundo, de suerte que fuera
de ese universo mediático nada pueda existir. En "la sociedad del
espectáculo", lo que se ha conseguido es que el capital nos explote, no
sólo en el trabajo que era su predio, sino también -y sobre todo- en
nuestro tiempo de ocio. Es la transformación del ciudadano en
consumidor, del intelectual en agente comercial, del político en
gerente empresarial.
Si
vamos a una "gran superficie" (según la expresión que se ha introducido
en el lenguaje espectacular), comprobaremos que las marcas exhibidas en
los envases ya las conocemos por la televisión, de lo contrario, tal
vez no nos arriesgaríamos a comprarlas; los libros más vendidos,
apilados como torres de babel, ya han sido publicitados en las babelias
de turno; y los coches con los que atascamos cada día la ciudad, se
deslizaban en la pantalla, majestuosos, por parajes solitarios cual
briosos corceles en el "marco incomparable" de una naturaleza idílica.
Comemos, vestimos, leemos y soñamos sólo aquello cuya representación ha
sido posible a través de los medios espectaculares: diarios, revistas,
radio, televisión, cine, libros... Todo en un presente continuo y
trepidante sin meta alguna, en un plano discurrir sin puntos de fuga,
en una novedad reciclada de "lo mismo" que sólo enfatiza lo que "toca",
en una pueril libertad que nos permite elegir entre productos
efímeros o fungibles. Parece que corremos, que avanzamos, que vivimos
peligrosamente... y lo único real es que estamos mirando absortos las
sombras que pasan y cambian, y pasan..., de modo que "Aquello de
lo que el espectáculo puede dejar de hablar durante tres días es como
si no existiera". Cambiando la figura de las sombras, cambia la
manipulable y estúpida realidad mediática.
La
sociedad del espectáculo puede vendernos cualquier cosa, puede dar
existencia en primer plano a lo más banal, puede conseguir que durante
un año o más se esté hablando de unos chavales anónimos y mediocres que
han sido encerrados en una ratonera para ser filmados y ahora son
"famosos". Es el strip-tease chorras de la sociedad del
espectáculo, que nos muestra con toda su desfachatez cómo puede
transformar la imbecilidad más absoluta en producto de éxito; lo
invisible, en portada de las revistas más vendidas; lo insignificante,
en importante. El "horror vacui" de todo personajillo aupado por los
medios es que lo ignoren, que no pueda publicar o grabar un disco, que
no le hagan entrevistas, que no salga en la tele..., porque es como
dejar de existir. Si cualquiera de esos conejillos de indias escribiera
un libro, seguro que se vendería como churros: lo harán. Lo harán
porque sólo interesa la mercancía, y ahora se hace pasar por cultura
(forma de libro, por ejemplo) cualquier cosa que se pueda vender como
tal, es más, esa "pseudocultura" en todos los formatos posibles se ha
convertido en la mercancía vedette de la sociedad del
espectáculo, que coincide con lo que llaman la sociedad de la
información y de la comunicación.
Guy
Debord nos explica magistralmente cómo se aplica la fórmula por la
cual, una vez sustituida la realidad por su distorsionada
representación, es muy fácil elevar a categoría o esencia
aquellas sombras chinescas : "Allí donde la presión de un
'status mediático' ha adquirido una importancia infinitamente mayor que
aquello que uno haya sido capaz de hacer realmente, es normal que tal
status sea fácilmente transferible y que otorgue el derecho a brillar
de igual modo en otro sitio cualquiera". Un simple presentador de
televisión, que es visto y "admirado" por millones de espectadores,
puede convertirse de la noche a la mañana en un escritor afamado,
porque las editoriales -meros agentes mediáticos- se pegarán por
publicar sus estupideces. O, al contrario, cualquier escribidor
entronizado en el espectáculo por algún "espectacular" premio
literario, adquiere de golpe el suficiente status mediático
como para ejercer de "perejil de todas las salsas" en tertulias
radiofónicas, artículos de opinión, crítica cinematográfica,
consultorio sentimental o lo que se tercie en torno al espectáculo. Ha
sucedido en nuestro país, que una jovencita de algo más de veinte, que
no tenía nada que contar ni marco estético para contarlo, recibe un
premio de cincuenta kilos y ya parece investida de ciencia infusa para
opinar sobre un totum revolutum con una solemnidad propia de
quien pintara algo en la verdadera cultura. Estos son los esperpentos
que genera la sociedad del espectáculo.
Pero
lo más preocupante es el clientelismo político que implica la sumisión
mediática. Ya ningún grupo político piensa remotamente en acabar con
este dominio tiránico de los medios, ni imagina siquiera que el mundo
sea mejorable más allá de los meros ajustes coyunturales. Los
argumentos se han vuelto inútiles : "Nadie puede ya criticar
la mercancía: ni en cuanto sistema general, ni tan sólo como baratija
determinada que a los jefes de empresa les haya convenido lanzar al
mercado en ese momento". Es curioso que ya no exista un verdadero
poder económico que no domine los medios de comunicación, o medios de
desinformación, soporíferos inductores de la mayor de las pasividades,
que junto a una abdicación de los ciudadanos y al triunfo del
secretismo han favorecido que la estructura mafiosa se convierta en
modelo universal del funcionamiento económico y del seguidismo
político : "En el momento de lo espectacular integrado, la
mafia reina, de hecho, como 'modelo' de todas las empresas
comerciales avanzadas".
Si
rastreamos la transformación de la mafia, podremos observar cómo el
gobierno de Washington se alió con ella para conseguir su apoyo en el
desembarco en Sicilia durante la Segunda Guerra. A cambio de dichos
favores, como el alcohol había sido de nuevo legalizado y ya no
producía los pingües beneficios de antes, se cedió a la mafia el
tráfico de estupefacientes, prohibidos legalmente para que fueran más y
más rentables. Poco a poco, las mafias irían invadiendo sectores tales
como el inmobiliario, la banca, la gran política de estado y, por
último, las industrias más específicas del espectáculo: la
televisión, el cine y las editoriales. Las mafias poseen suficientes
matones y dinero como para hacer callar o comprar a intelectuales,
críticos, medios, periodistas, autores o lo que quieran. Muchos de
ellos se convierten así en esos conspiradores a favor del orden
establecido que citábamos al comienzo.
La Fiera Literaria
ha nacido en estos confusos momentos de la sociedad espectacular
integrada, es decir, de la combinación de las formas "concentrada" y
"difusa" (o sea, de la propaganda estalinista y de la publicidad
americana) que hoy tiende a imponerse de modo universal. La formación
de redes de influencia y de sociedades secretas proliferan en el mundo
político y empresarial, ya que no hay empresa que pueda expandirse -y
lo que no se expande desaparece- si no hace suyos los valores, las
técnicas y los medios mafiosos de la industria, el espectáculo y el
Estado. Son vínculos personales de dependencia y protección, sometidos
al florecimiento del negocio, y que confirman el dicho mafioso
siciliano de que "Quien tiene dinero y amigos, se ríe de la justicia" .
Más aún: se ríe del juez y es capaz de ponerlo de patitas en la calle,
como tristemente hemos comprobado que puede hacerse en este "Estado de
derecho" con el que se les llena la boca. Es curioso que los
principales magnates de los medios de comunicación sean personajes de
marcado aspecto mafioso que ni siquiera saben disimularlo. Si todo se
lo guisaran y se lo comieran ellos solos, sería fácil ver al mangante
antes que al magnate, pero se rodean muy hábilmente de personajes
sofisticados, intelectuales de la gauche divine, críticos
comprometidos, columnistas progresistas y de toda una retahíla de
quintacolumnistas del negocio mediático, que ejercen siempre una
especie de "crítica lateral" muy estudiada, con "un aire de mucha
denuncia, pero sin que parezca sentir jamás la necesidad de dejar
entrever cuál es 'su causa' ni, por tanto, de decir tan siquiera
implícitamente de dónde viene ni a dónde va". O bien, todo lo
contrario: intentan hacernos comulgar con ruedas de molino,
promocionando como "obra maestra", "novela imprescindible", "lo mejor
de la última década" todas las estupideces publicadas por el consorcio
editorial. Pero tenemos una sospecha aún mayor en La Fiera :
que esas estupideces que se promocionan hasta convertirse en best-sellers
no
sean simplemente estupideces inocentes o escritura fácil de usar y
tirar, sino escritura apta para ir creando en la caverna una
determinada imagen del mundo y estimular así el deseo de determinadas
cosas y no de otras; una visión de la realidad sumisa a "lo que hay";
una inclinación compulsiva hacia los programas de "más audiencia", a la
lectura de "lo más vendido"; una repetición neurótica de "lo mismo". "Los
especialistas del poder del espectáculo, poder absoluto en el interior
de su sistema de lenguaje sin respuesta, están absolutamente
corrompidos por su experiencia del desprecio y del éxito del desprecio
confirmada por el conocimiento del hombre despreciable que es realmente
el espectador". Y, por más que se proclame que estamos en la
venturosa Era de la Comunicación, sabemos que "allí
la destrucción extrema del lenguaje puede encontrarse vulgarmente
reconocida como un valor positivo oficial, puesto que se trata de
publicitar una reconciliación con el estado de cosas dominante, en el
cual toda comunicación es jubilosamente proclamada ausente".
Así pues, la existencia
de La Fiera
está justificada como una lucha clandestina, apasionante y arriesgada
contra el Espectáculo como sistema, como una denuncia frontal a lo que
nos venden como producción cultural; aportación contracultural de un
pensamiento y de una crítica libres, porque permanecer hoy al margen
del mercadeo supone un acto de rebeldía y de construcción de una
"reserva espiritual" no sometida a sus leyes. Siguiendo a Debord como
mentor de un aspecto de nuestra filosofía, también estamos convencidos
de que "para destruir efectivamente la sociedad del espectáculo
son necesarios hombres (y mujeres, añadimos) que
pongan en acción una fuerza práctica". Por
eso no nos conformamos con llorar sobre las ruinas de la cultura, sino
que luchamos sin descanso por ridiculizar las sombras que nos venden
como "lo más plus" en el interior de una caverna en extremo aburrida,
ridícula y agobiante por su estrechez de miras, por su evidente
traición a los auténticos valores. No somos moralistas ni predicadores,
sino fieras rampantes dispuestas a devorarnos la mercancía que nos
echan para vomitarla inmediatamente transformada en putrefacción y
ponerla así en evidencia. ¡ No pasarán !
Victoria Sendón
NOTA :
Todas las citas de este artículo han sido extraídas de las obras de GUY
DEBORD : Comentarios sobre la sociedad del espectáculo
(Anagrama. Barcelona, 1999) y "La sociedad del espectáculo (En
edición pirata).
Los 200
Si en lugar de ser doscientos los números de
LA FIERA, fueran trescientos, se podrían comparar con aquellos 300
fieles de Leónidas que, "espartanamente", cayeron uno a uno resistiendo
a los persas en las Termópilas.
Cada
número del boletín-libelo ha supuesto horas de lectura y de trabajo; de
lectura frecuentemente ingrata, ya que el bodrio y la mediocridad han
desbordado en estos años aciagos todas las previsiones previstas para
la literatura española actual. Los exhibidos y premiadísimos de
nuestras letras y de nuestro arte han merecido, en muchos casos, ser
dignos representantes del "esperpento" valleinclanesco; el pensamiento,
más allá de glosar sobre "lo que pasa", parece desaparecido. Con razón
Zapatero ha tenido que importar, nada menos que 14 sabios como
consejeros para su programa electoral, mientras esos mismos sabios, que
nos sorprendían en el programa "Redes" de Punset, han sido barridos de
la TVE (incluso de la madrugada, a la que estaban recluidos) por
infames y horteras concursitos y folletines. ¿Se han traído a los
sabios sólo para fardar? ¿No sería bueno compartir con los españoles
tanto conocimiento? No….. ¿pa'qué?
Sin
embargo no todo han sido sinsabores, pues la mejor retribución para
"l@s fieras", que han ejercido de centinelas contra la mediocridad, de
guardianes del espíritu –ése que sólo puede alimentarse con lo digno,
lo inteligente y lo cabal- ha consistido en poder regodearse
copiosamente con esa veta sutil que cambia hasta la esencia misma del
objeto: lo risible.
No
es que LA FIERA LITERARIA se haya dedicado a entrar como elefante en
cacharrería en los templos del saber; no es que haya arremetido a
diestra y siniestra contra todo lo que se expone y publica en este país
nuestro, no. ¡Qué vulgaridad! La sutileza y la inteligencia de LA FIERA
ha consistido en ser capaz de rastrear -en algunos escritos, en
afamadas obras que se reclaman artísticas- ese hilo sutil de lo
risible, que se oculta tras la solemnidad, la moda, la provocación, lo
soez, lo chorras, el marketing o el absurdo de ponerse a
escribir sobre cualquier cosa sólo para alcanzar el estatus de
"escritor".
Si
me lo permiten, yo diría que quienes componen el núcleo duro de LA
FIERA son expertos rastreadores de esos matices en los que la gente no
repara: lo cursi, el pleonasmo, la cacofonía, el plagio disimulado, la
falta de referentes culturales de peso, la vulgaridad, la
insustancialidad, lo recurrente, el retruécano sin sentido, la vanidad
intemperante, el erotismo sin sutilezas o el oportunismo del autor o
autora. Sin mencionar esos tochos escritos por encargo para un premio.
Y claro, desmantelar todo ese tinglado nos conduce hasta el personaje
que lo sustenta y que siempre resulta risible. No es culpa de los
feroces merodeadores, sino de la impericia del escribidor. Descubrir lo
risible constituye un rasgo cierto de inteligencia probada.
Otros muchos son los méritos de LA FIERA, como
no venderse ni ser complaciente con ningún tipo de poder. Sí, esa
especie de categoría intelectual que se posiciona en
las antípodas del snobismo, o sea, de lo sine nobile ,
sin nobleza, atribuible a los advenedizos, los nuevos ricos, los
famosos y otros especímenes sin autoridad. Y la categoría intelectual
sólo la da ese poso que dejan las elegidas lecturas, el pensamiento que
ha sustentado civilizaciones, los referentes universales sin localismos
que valgan, y que deriva en la capacidad crítica sin contemplaciones,
la ironía destilada del saber, el amor resistente por la cultura.
Si
yo fuera editora vapuleada por LA FIERA, tal como acostumbra el
boletín, se me caería la cara de vergüenza por seguir editando
mediocridades para un mercado de ingenuos lectores, aquellos panolis
que se creen lo de los premios y las sentenciosas alabanzas de las
críticas pagadas y los críticos vendidos. No caerán, claro, esos
mercachifles de libros, pero alguno habrá sentido amagos de sonrojo en
algún momento. LA FIERA constituye el paradigma de lo que ha venido
siendo un azote de la industria cultural. ¿Quién se
atreve con los grandes? ¿Quién ha firmado con nombres y apellidos
atrevidas cartas de denuncia dirigidas a los de más arriba? Muy pocos,
la verdad. Los fieras, sí.
Por no seguir desgranando virtudes atesoradas
durante esta odisea literaria, terminaré diciendo que LA FIERA ha
constituido un referente irreverente para
espíritus libres, para testigos de las profundidades, ya que este
boletín ha ido calibrando las constantes vitales de nuestra literatura
sin dejarse llevar por los fastos del espectáculo cultural. Si alguien
ha traducido agudamente el pensamiento de Guy Debord contra la
"sociedad del espectáculo" ha sido LA FIERA LITERARIA, de modo que ni
el propio Sarkozy podrá terminar con ese espíritu libertario y
sesentayochesco que destila cada una de sus páginas.
Sé
que es una frase hecha que no gustará nada a los que se afanan en la
"crítica acompasada", pero si LA FIERA LITERARIA no existiera, habría
que inventarla o, mejor, habría que escribirla, porque no es un
invento, es un altísimo ejercicio de estilo que pone en un brete a
aquellos a quienes despelleja. ¡Es que para colmo escriben de maravilla
los muy capullos!
V.S.L.
A un decenio de nuestro mayo
No voy a decir que parece que fue ayer cuando
en mayo, era por mayo, LA FIERA LITERARIA vio la luz. No creo que lo de
mayo fuera aleatorio, dada la querencia del espíritu del 68 francés que
aún inspira a los fundadores. No voy a decir que fue ayer, porque el
tiempo vertiginoso de nuestra época ha acelerado todo tipo de
acontecimientos desde que barrió –como si de un siglo comprimido se
tratara– la hojarasca de un mundo viejo que se había varado en una
anquilosada postura binaria de bloques. Bloques que denominábamos
capitalista y comunista. Lo peor es que este último inspirara el
simplón pensamiento de la izquierda. Por eso, cuando unas décadas
antes, los sanos vientos de una inesperada re-evolución comenzaron a
soplar, fue esa propia izquierda la que asesinó al renacido Eolo. Su
dogmatismo obtuso provocó que los vientos viraran hacia la barbarie.
Para
el 95, caídos los muros y reventados los quicios, el capitalismo
rampante se había convertido en la religión del éxito, en el único
horizonte posible, en el presente y futuro de la humanidad, en el final
de la historia y la felicidad para todos. Era imparable, globalizante y
englobante. El dinero comenzó a fluir como un río turbulento que
cautivó a muchos y enriqueció (muchísimo) a unos pocos. Pero luego, los
espejismos se esfumaron en la anti-materia: “corralitos”, deudas
gigantescas, hundimiento de países enteros, guerras tribales, de
religión, nacionalismos apocalípticos, campos de refugiados,
migraciones planetarias, destrozos naturales por doquier, violencia
gratuita en cada hogar y en cada escuela, pandemias y locura,
terrorismos a la desesperada... Tanto horror para alumbrar un Imperio
con el emperador más risible de la historia. Y ahí andamos.
O'Garthia
fue un auténtico profeta cuando decidió crear LA FIERA. El vio con
claridad que el espíritu de la globalización neoliberal había
envenenado la literatura, ya para entonces industria cultural, negocio
editorial, decadencia autoral y vacío demencial. Las críticas
demoledoras de LA FIERA , el grito de “el rey está desnudo” al paso de
una comitiva de memos encumbrados por los Prisa, los Planeta y otros
afanadores, fue toda una acción política, una labor necesaria para
poner a la crítica en su sitio, que me consta se ha sentido avergonzada
por alabar, hasta el babeo, los brocados y piedras preciosas del manto
de aquel rey en pelotas que era y es nuestra novelística más reciente.
Hace ya diez años de aquello y continuamos. En nuestro haber de osados
davides, algún que otro chichón al Goliat mediático.
No
me cabe la menor duda de que la permanencia de LA FIERA responde a una
acción política continuada de aquel “situacionismo” que no pudo
triunfar, pero que tampoco ha muerto. Se trataba de actuar de modo que
se creara una situación nueva, sustituyendo la pasividad existencial
por una afirmación lúdica más allá de la mera crítica. En la medida en
que los humanos somos producto de nuestras situaciones, y las
situaciones por las que pasamos son tan insustanciales, era urgente
crear otras condiciones en las que poder ser más humanos. Y lo que ha
conseguido LA FIERA LITERARIA es la creación de un ámbito en el cual
comprender qué es y qué puede ser una creación literaria de calidad.
Qué es y qué puede ser un lector con referentes culturales bien
definidos al que no le dan gato por liebre. Porque parte del montaje
editorial “exitoso” consiste en vender gatos sarnosos como si de platos
exquisitos se tratara. La nouvelle cuisine editorial es una
tomadura de pelo como casi todas las idem, que además de costarte un
congo te obligan al ayuno. Pero, eso sí, todo el mundo sale diciendo
qué delicioso estaba todo. Nadie se atreve a decir que, también aquí,
“el rey está desnudo”, que nada como una buena paella.
El
padre fundador del situacionismo, Guy Debord, se anticipaba a definir
aquella sociedad de los sesenta como del “espectáculo” cuando todavía
no había alcanzado el paroxismo actual. Jean-Paul Sartre, del que se
cumplen 25 años de su muerte, había colaborado con los comunistas como
marchamo de su compromiso, pero el mayo francés, aquel que
protagonizaron sus propios alumnos, lo “despertó de su sueño dogmático”
–como Hume a Kant– para ponerse de parte de los revoltosos. Pero no era
una revuelta: era el espíritu de la época. Fue el grito tribal que nos
despertó a muchos para decirnos que la modernidad había finiquitado, al
menos en su forma clásica, y que una nueva epistemología, una nueva
forma de mirar el mundo, estaba amaneciendo. Es lo que ha dicho Stephen
Hawking recientemente en Oviedo: Las historias del universo
dependen de lo que está siendo medido, al revés de la idea habitual de
que el universo tiene una historia objetiva, independiente del
observador” ”.
Hoy, con un
capitalismo financiero triunfante, la sociedad espectacular y especular
ha multiplicado sus esfuerzos para encapsularnos en una burbuja tipo matrix.
Y ese capitalismo desalmado ha tomado la cultura por su
cuenta y es
quien la dirige, la publicita, la distribuye y la vende. Es la que
decide qué leer y cómo leer; la que destruye los fondos editoriales; la
que inunda las “grandes superficies” con los subproductos de sus
factorías; la que desprecia cuanto ignora e ignora todo aquello que
desprecia; la que mide las bondades de un libro por el éxito de ventas
y los dígitos de sus cuentas corrientes; la que pretende objetivar una
realidad que es pura coyuntura de mercado. En definitiva, que nuestras
“libertades” actuales se refieren a “todo aquello que se puede elegir
aleatoriamente dentro de lo efímero” (Debord, dixit )
Si
no existiera LA FIERA LITERARIA , una versión de nuestro universo
cultural no sería más que ignorada “materia oscura” entre los infinitos
universos perdidos por no observados. Si no existiera, aquel espíritu
inspirador del mayo del 68 habría perdido parte de su ironía lúdica;
aquel grito tribal, decibelios de protesta; y la utopía, sus ganas de
seguir metiendo el dedo en el ojo del poder mediático.
Victoria Sendón
|
|