Composición sabia
La
pretensión de la crítica, que se escribe en los periódicos, es hacerse
inteligible. Lo cual está muy bien. Sin embargo, suele considerar que,
si utiliza un lenguaje específicamente literario no la entenderá nadie.
Por esta razón, tiende a combinar dicho lenguaje con otro que, más o
menos, proviene del lenguaje común. ¿Resultado final? Generalmente, un
galimatías que no contenta ni a Gali ni a Matías.
El efecto de esta mezcla terminológica –coloquial y técnica- se traduce
en una rebaja de la crítica literaria a cotas de inexactitud y
generalización asombrosas. Pues en esas circunstancias, el crítico hace
dejación tanto de divulgador del Mercado del libro como de crítico
autónomo e independiente. Al pretender contentar a todo el mundo, no se
contenta ni a sí mismo.
Un ejemplo de lo que digo lo representaría la reseña que el crítico
Pozuelo Yvancos dedica a la novela Autómata, de García Ortega. (Abcd de
las Artes y de las Letras”, 1-7-2006).
De entrada, Pozuelo desconcierta con la utilización de un adjetivo que
nada tiene que ver con teoría literaria alguna: sabia. Nadie lo
encontrará en un Diccionario de Términos Literarios. ¿Por qué entonces
lo usa el crítico? Es un misterio. La verdad es que aburriría a una
momia de la tercera dinastía, si mencionara las veces en que una
estructura, un planteamiento, una coherencia, una trama, un argumento,
han sido calificados de sabios y sabias respectivamente, por parte del
crítico de turno. ¿Y qué quiere decir sabia? A saber.
En el caso concreto, Pozuelo califica con dicha palabra el concepto de
“composición”. Otro término que el crítico tampoco define. Y así, el
lector, que no hace falta que sea experto en Barthes o en Todorov,
puede confundirlo con “estructura”, “trama”, o, según otros, con
“orfebrería”, “arquitectura”, “carpintería” y “fontanería” novelesca,
que de todo hay en esta viña terminológica.
Exactamente dice Pozuelo: “Me interesa destacar la sabia composición que ahorma (las historias de la novela)”.
Destacado queda. Ahora bien, y sin negar que dicha composición merezca
tal adjetivo, habría que saber a qué grado de sabiduría llega García
Ortega. Vamos, si tiene algo que ver su sapiencia “ahormal” con la de
Vargas Llosas o de García Márquez, sabios entre los sabios “ahormando”
novelas. En definitiva, habría estado bien que el crítico nos aclarara
en qué consiste ser un sabio narrativamente hablando.
La verdad es que Pozuelo no tiene ni idea de lo que quiere decir, ni
tampoco sabe en qué berenjenal se ha metido. Si no, no añadiría
que el autor “no ha permitido que sea el azar quien gobierne su novela,
sino una suerte de magia narrativa, vehiculada sobre dos motivos de
cohesión, soberbiamente ideados”. Conque soberbiamente, ¿eh?
Si no entiendo mal, lo que Pozuelo dice es que la composición de la
novela es cosa de magia. Que no es fruto de un proceso consciente de
estructuración, donde no tiene cabida el azar ni, se supone, la
casualidad, ni, menos aún, la magia. Es decir, García, que no sé si
Ortega, ha sido abducido no se sabe por quién, y desde esta situación
privilegiada y obnubilada ha estructurado una composición sabia de su
novela. Y Pozuelo, sin más razonamientos que esta composición sabia,
dictada, eso sí, desde una “suerte de magia”, decide que tal novela es
una maravilla.
Pero convengamos en que una novela para ser catalogada de buena novela
necesita más avales que la sola composición o cohesión soberbias.
El juicio del crítico tiene que ser más generoso en la concitación de
los elementos novelescos analizados. Tanto si se trata para hacer su
alabanza como para denigrarla. No basta con señalar que una novela
funciona bien, porque una de sus partes está bien configurada, aunque
ésta sea la composición, elemento, en verdad, fundamental para
calificar una novela, pero no sólo.
Ciertamente, nos encontramos aquí con un problema casi insoluble de la
crítica literaria: la práctica de la sinécdoque. Nos quedamos
fascinados o frustrados por una parte de la novela leída, y, a
continuación, guiados por esta parte determinamos si es buena o mala en
su totalidad. Es decir, estamos abonados a un reduccionismo
interpretativo muy grosero.
Eso significa que los críticos no sabemos de forma fehaciente cuáles
son los elementos determinantes para dictaminar si una novela es buena
o mala. Está claro que no damos a todos los elementos, que configuran
una novela, la misma importancia axiológica. ¿Porque no los tienen?
Parece ser. Sin embargo, esta problemática, esencial, la resolvemos
echando mano de nuestra psicología impresionista –vulgarmente
ocurrencias- nada crítica y, sobre todo, dejándonos llevar por la
importancia mediática del escritor o novela analizados, o por otros
motivos espurios que nunca se confiesan.
Hasta la fecha se afirmaba que era el lenguaje, la exuberancia de la
dicción, el poder metafórico y cognitivo, la garantía inexcusable de
una excelente novela. Pero, cuando algún atrevido crítico juzga que tal
o cual escritor perpetra infinidad de anacolutos, frases hechas,
variada muestra de falsas concordancias, entonces, se apela a otros
elementos. A Pozuelo, por ejemplo, le ha bastado concitar la
composición de la novela de García para decidir que estamos ante una
maravillosa narración, sin nombrar para nada la dicción del autor.
Lo más curioso es que este mismo crítico no muestra inconveniente
alguno en arracimar, negativamente, el punto de vista, la (falta de)
verosimilitud, la pésima caracterización de los personajes, y, sobre
todo, su tono narrativo -“un tono menor que casa muy mal con la
magnitud épica de los hechos contados”-, para sentenciar que la novela
de F. Schwartz, Vichy 1940, es una pésima novela. (Abcd de las artes y
de las letras, 8-7-2006).
En este caso, ni la composición, ni la cohesión, dos elementos
capitales que utilizó para fundamentar su juicio valorativo de la
novela de García, sirven ahora para denigrar la novela de Schwartz.
Esto, ¿qué quiere decir, que Schwartz también “diseñó” una sabia
composición, pero no acertó con el tono? ¿Acaso el tono es menos
importante que la composición para definir la bondad o maldad de una
novela?
Al final, no extraña que la gente lectora resuelva estas cuestiones
mandando a los críticos a donde tienen por costumbre, aunque estos sean
muy listos y las novelas que analizan tengan una composición sabia.
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