Dos notas de 1998, sobre lo mismo y su circunstancia

1. García Posada como ejemplo

Volvemos a estar, dicen nuestros pensionistas más cultivados, como en los años sesenta. La tribu empieza a cabrearse de tanta vaciedad y realismo en la novela española, que, tomada como conjunto, se condena, vitupera y handicapa. Sin embargo, cuando se trata de juzgar libros concretos, se ponen por las nubes. Este proceder, a los llamados "Cara de Niño", nos desconcierta. ¿Cómo es posible, nos preguntamos en la cumbre del pasmo, que de la suma de tantas individualidades magníficas se obtenga un resultado tan lamentable?

Nuestro admirado García Posada, por ejemplo, llevaba algún tiempo condenando, en sus columnas triptolemaicas de Babelia , la falta de ideas inteligentes en la novela española; la excesiva comercialización que se ha apoderado del mundo editorial, con la consiguiente servidumbre de los escritores; la ausencia de auténticos creadores, etc., etc. Pero, en cuanto ha publicado un libro un amigo suyo, como Benítez Reyes, adorna su ya de por sí galana pluma y, revestido de la más olímpica de sus vestes, empieza a declamar por yámbicos espondeos:

"He aquí una de las novelas del año. Stop. Por su ambición y por sus resultados. Stop. Por su subyugante personalidad (¿personalidad de la novela?), exhibida durante cerca de quinientas páginas de caja amplia. Stop. Por su derroche verbal (ahora deja de poner puntos y pone comas entre los por-por), por la caudalosa inventiva que la atraviesa, por la hondura de su visión. Un producto absolutamente singular en el panorama de la reciente narrativa española" Como se ve, una crítica científica donde la hubiere y se detectare, en la que se encadenan los sílogismos en camestres para el logro de la plena demostración de lo que afirma. Suponemos que el autor del singular producto se habrá puesto contentísimo y así se lo habrá comunicado a García, quien, sintiéndose por ello bien pagado, ya no le pedirá nada más a Dios por este año.

Mayo 1998
2. Y Santos Sanz como ejemplar

Ejemplar, sí, señores, porque se ha atrevido a lo que nadie: a decir la verdad sobre Javier Marías. Véase, si no, su juicio sobre Corazón tan blanco , en la que ve "un intento de suplir la insustancialidad de las anécdotas y de las vivencias con un estilo enfático y pretencioso. Un estilo, además, con no escasos errores gramaticales e hijo de un desdén por la expresión exacta.. Marías utiliza la propia novela para relativizar el uso de los pronombres y signos de puntuación, pero debiera guardar más respeto a las normas si no quiere confundir la libertad expresiva con la incompetencia lingüística." ¡Despierten del sueño, oh lectores peliagudos y perentorios! ¡Bajad de vuestras nubes pardas, oh crédulos ingenuos y optimistas! Esto lo escribió Sanz, en efecto, pero no sobre Marías, que lo merece . No se atrevería. Lo escribió -La Esfera , 4-IV-98- sobre un modesto principiante, Daniel Múgica, cuya novela se titulaba, para mayor antropofagia del crítico, Corazón negro.

 

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