De una lectora a Almudena Grandes

Estoy leyendo su novela Malena es un nombre de tango y he sentido irreprimibles deseos de escribirle. Voy por la página cuatrocientas y pocas y me he dicho: ¡ya está bien de pollas, de culos y de tanto follar!, que no se habla de otra cosa en el libro. Pinta usted a la protagonista camino de una cita y dice que presiente que le va a ocurrir algo extraño y único, y lo extraño y único es que un desconocido, sin mediar palabra, le echa un polvo -otro más- en el pasillo que conduce a los retretes. ¡ Qué horror! ¡ Qué mujer más vacía, sólo preocupada por ser una tía buena!

Con lo bello que es el sexo, Almudena, y usted se empeña en degradarlo, trivializarlo, vulgarizarlo y envilecerlo. Y pretende presentar como un avance lo que en realidad es una regresión. Supongo que será en nombre de lo que los posmodernos llaman “desmitificación”. Un error absurdo. La humanidad lleva milenios sobre la tierra y nunca determinados fenómenos, como la vida, la muerte, la atracción de los sexos, el dolor metafísico, el mal, han dejado de ser misterios. Y lo seguirán siendo, a pesar de las Malenas y las Reinas. El sentido del misterio es uno de los atributos que distinguen al ser humano del animal. Querer presentar una realidad en cierto modo supramundana como si el misterio, el símbolo, la duda, lo inefable no existiese es degradar esos aspectos fundamentales de la condición humana y, por tanto, degradar al ser humano, vulgarizar el sentido de la existencia, ignorar su dimensión profunda y su valor. El carácter sagrado del sexo -y no estoy hablando de religión- es algo que han conocido todas las culturas superiores.

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