La primera línea de una gran novela
Como muestra, basta un botón, suele
decir, con ingenio, Antonio Gala. Nosotros somos precisamente esos
tipos que sostenemos que Javier Marías es el peor escritor de todos los
tiempos y lugares. Hace construcciones sintácticas que estrangulan al
desprevenido lector y a su parentela; cuando es por lo menos
escolarmente -es su límite- correcto, su expresión es pedestre y su
pensamiento, estulto; confunde el significado de las palabras; sale a
una media de seis anacolutos por página; su mal gusto solamente es
comparable con su incapacidad para expresar lo que quiere expresar;
cuando se propone hacer gracia, lloran hasta los camaleones de Sumatra;
la inelegancia de su prosa está en consonancia con todo lo antes
señalado, y no dice más que tonterías: vaciedades aderezadas de
pedantería y resultados de la confusión de una mente que se nota débil
y está incapacitada para el discurso lógico o simplemente coherente. Lo
hemos hecho ver en seis de nuestros Cuadernos de Crítica. Y no con
afirmaciones apodícticas, sino con pruebas tan irrefutables que la
mayoría son evidencias que se sostienen solas. Pero la crítica
española -la de prensa como la universitaria-, probablemente la más
incompetente -o la más venal, siquiera moralmente- del mundo y sus
alrededores, se empeña en considerarlo un maestro de la prosa y un
metafísico. La divergencia de criterios entre ese colectivo y nosotros,
como se ve, es tan inmensa, que no hay más remedio que pensar que aquí
pasa algo raro. Huele a podrido, y no precisamente en Dinamarca.
(Observa, oh lector respetuoso y autoexiliado del estercolero, que para
nada hemos aludido a las comas, a esas innumerables comas que Marías
esparce con una regadera desde un helicóptero, con la mala suerte de
que ninguna cae en su sitio. Y llamo la atención sobre ello porque él
va por ahí autoengáñandose, diciendo a quienes no nos han leído que
nosotros no hemos hecho otra cosa que señalarle un par de comas
mal puestas... ¡Pobre hombre! Hoy, como siempre, vamos a hablar de
desafueros infinitamente más graves.)
Sin pensar un solo instante que pudiéramos llevarnos una desagradable
sorpresa -encontrarnos, por ejemplo, con que Marías había escrito por
fin una buena novela- y no pudiésemos cumplir el compromiso
firmado con nosotros mismos de hacer ver cuán malos son y que mal
escritos están todos, absolutamente todos los libros de la estafa
viviente, el mayor bluff de -también- todos los tiempos y lugares
(Javier Marías nunca podrá escribir ni pensar bien: una dolencia
congénita se lo impide) hemos abierto Tu rostro mañana y -no es la
primera vez que nos ocurre- nos hemos encontrado con que ya la primera
línea es avariciosamente horripilante. No se puede empezar más
torpemente ni de manera más inelegante un libro... Jamás llamaremos
novela, ni siquiera mala novela, a algo salido de las manos mariasnas,
incapaces de crear un tiempo ni levantar un espacio; de desarrollar un
argumento ni siquiera lineal; de urdir una trama; de combinar elusiones
ni alusiones, describir, componer los elementos... Ni como hipótesis de
trabajo podría este hombre plantearse escribir una narración en tercera
persona: su ombligo es personal e intransferible; su pedantería,
infinita; su autocomplacencia, firme aspirante a elevar a ocho el
número de los pecados capitales; su suerte -eso sí- la de un quebrado
de ambas ingles y el pudendo. Lean, lean, y espérennos al otro lado.
Antes, observen que el primer engaño que se comete con esta obra
comienza por la caja y el cuerpo de letra, por esos márgenes de más de
tres centímetros y ese cuerpo 14 que hacen que lo que pudo dar
doscientas páginas dé más de quinientas, que se cobran fraudulentamente.
No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni....
¿Han leído con atención? Pues si lo han hecho y no se han dado cuenta
de que constituye -y por qué- algo digno de entrar en el libro de los
records como el mayor concentrado de antiliteratura en una línea,
empiecen a dudar de su sensibilidad estética. La inelegancia, la
torpeza, la falta de soltura son evidentes. El conato de idea, hueco y
falso. ¿Cree alguien que el prometedor Marías intenta declarar inútil
todo cuanto se ha contado desde el Ramayana, Las mil y una noches o el
Éxodo? No, porque para eso tendría que haber contado siquiera con un
sucedáneo de base filosófica y ello está fuera de su alcance. Tampoco
piensen que se planteó que podría resultar ridículo decir eso al
disponerse a contar mucho, aunque sea sobre una tontería. Lo único que
en esta línea es consecuente es el hecho de decir una chorrada con
lenguaje chorra.
- En un conjunto de poquísimas palabras -la corta línea se acorta aún
más por la sangría-, nada menos que ocho enes, que propician sonidos
tan antimusicales -ruidosos y pedorretos- como unocón, contarnún,
nuncaná, nadaní, nidardá, etc.
- Uno a continuación de otro, tres vocablos que indican negación: nunca - nada - ni, seguidos de cerca por otros tres ni.
- Si se quiere expresar la idea de que no se debe contar nada, sobra
nunca. Se sobreentiende. Y como no se justifica por el ritmo de la
frase, sino todo lo contrario -la convierte en machacona-, mayor razón
para suprimir esa palabra.
- La redacción más sencilla, que es siempre la mejor, como diría
Mairena, hubiese sido: “Uno no debería contar nada...”. La
elegida por Marías denota falta de claridad y de recursos
expresivos.
- Marías se complica la vida con las frases más simples. Entre cinco
posibilidades, siempre elige la más complicada, retorcida, confusa....
Su adicción al anacoluto, la discordancia, el chirrido sintáctico, el
atentado a la lógica es tan grande como su escasez de ideas y la
pobreza de las pocas y equivocadas que tiene. Quien necesite pruebas
que nos las pida.
- Para captar en toda su dimensión el desastre tanto gramatical como,
sobre todo, lógico y conceptual del arranque de una “novela” que
promete ser tan mala como las seis anteriormente analizadas por
nosotros, hay que ver toda la primera página; tal vez el primer
capítulo...
Isidoro Merino
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